Nathalie Marin tiene un reto de alto calibre para esta semana. En su debut como directora de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador (OSNE), su batuta llevará a la agrupación por las sonoridades de una de las piezas maestras del repertorio clásico universal: ‘la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven’.
Estrenada y dirigida por el ‘genio de Bohn’ el 7 de mayo de 1824 en el Kärntnertortheater de Viena, esta es la obra cumbre del músico y compositor alemán. Los primeros bosquejos iniciaron en 1794, un año después de leer el poema Oda a la Alegría de Friedrich Schiller.
En su escritura no sería la primera vez en la que intenta rendir una especie de homenaje a uno de sus referentes personales. Ya en su tercera sinfonía, su inspiración fue la vida política de Napoleón y su idea de liberación de Europa. Ello se aprecia en los tonos marciales y en el adagio compuesto en forma de marcha fúnebre en honor a los soldados caídos.
Lo mismo sucede en la novena. En ella, Beethoven intenta narrar el proceso de liberación de la humanidad, en cuatro movimientos.
En el primero, el compositor hace una reinterpretación de la forma de la sonata para dar un tono algo pausado a su obra. Ya para el segundo movimiento, un scherzo, los intensos sonidos de las cuerdas acompañan a la percusión en una especie de reafirmación del hombre frente a su idea de libertad.
En el tercer movimiento todo cambia. Parecería que la humanidad no encuentra su consuelo y es por eso que la música adquiere un carácter melancólico. Así, en este movimiento los instrumentos comienzan y terminan lentamente, como si la música surgiera a partir de la nada y terminara en nada.
Ya en el cuarto movimiento la complejidad alcanza su clímax máximo. La alegría desborda en la humanidad, pero para ello es necesario recordar sus orígenes y es por ello la reexposición de la introducción del primer movimiento. Recordando su pasado, la humanidad es llamada por una voz, la del barítono, quien dice “¡Oh, amigos, dejemos esos tonos! ¡Entonemos otros más agradables y más alegres!” De ahí en adelante el coro canta el famoso Himno a la Alegría.
Esa misma alegría será la que Marin intentará mostrar a su público, que del 21 al 23 de marzo podrá verla en el Teatro Sucre.
Los versos de una oda libre
¡Alegría, hermosa chispa celestial / de Elíseo la hija engendrada! / Traspasamos de tu divino santuario el umbral / ebrios de fuego, como una llamarada.
Así inicia el poeta alemán Friedrich Von Schiller (1759- 1805), figura central del clasicismo de Weimer, un canto a
la fraternidad de los hombres, que por sublime conmueve. Y conmovió también a Ludwig Van Beethoven quien se entregó a la tarea de reescribir esta poesía en lenguaje musical para conseguir que el cuarto movimiento de su ‘Novena Sinfonía’ sea la más cercana manifestación de la maravilla.
El verano de 1795 fue el marco temporal donde el poema se trazó sobre el papel, en un manuscrito que el año pasado fue subastado por USD 560 000.
En un inicio el texto no fue conocido como la ‘Oda a la alegría’, pues llevaba por título ‘Oda a la libertad’; se comprende que si bien el destino del hombre es la libertad, esa libertad debe desembocar en la alegría. Y la euforia en el tono del poema se manifiesta a través de voluptuosidades y querubines, de soles, de vides y de un beso que une a toda la humanidad.
La letra del Himno a la alegría no corresponde a la traducción: una excusa excelente para acercarse al verso de Schiller.
Después, el poeta germano sumaría a su éxito sus escritos filosóficos y los dramas ‘María Estuardo’ y ‘Guillermo Tell’.
Klimt y un friso para la alegría
Fiel a la idea de que solo el arte es capaz de salvar a las personas, el artista austriaco Gustav Klimt empató su pintura con la música de Beethoven, en un homenaje al compositor y en una alegoría de su ‘Novena Sinfonía’.
Corría el año de 1902 y en Viena tomó cuerpo una exposición dedicada al músico romántico y sordo. Sobre el hormigón de las paredes, el maestro Klimt dio forma y color a su culto por el compositor, en quien veía -al igual que el resto de artistas de su generación- la encarnación de un genio. Fue así que el Friso Beethoven llegó al mundo, como una traducción simbólica de la última sinfonía que creara el genio germano.
La obra está compuesta de tres partes: ‘El ansia de felicidad’, ‘Fuerzas del mal’ e ‘Himno a la alegría’. El estuco, las pinturas a la caseína y los brillos son entonces las representaciones de la
lucha de la humanidad por conseguir la felicidad añorada.
Reminiscencias de la mitología grecorromana se mezclan con la sensualidad de los cuerpos pintados por Klimt para abrir un espacio a los héroes y a lúbricas mujeres en un camino que desemboca en una glorificación del amor para salvar a la humanidad.
La pieza se mostró en conjunto con la interpretación de la sinfonía, orquestada para instrumentos de latón y madera, y dirigida por Gustav Mahler, entonces director de la Ópera de Viena.
Música que inspira música
“De Beethoven a Wagner, el tema de la música fue la expresión de sentimientos. El artista mélico componía grandes edificios sonoros para alojar en ellos su autobiografía. Más o menos era el arte de confesión”. Así se refiere Ortega y Gasset sobre el romanticismo musical en su obra ‘La deshumanización del arte’.
Sin lugar a dudas, la ‘novena de Beethoven’ es un ejemplo de ese espíritu romántico y, como espíritu mismo, ha estado presente en el tiempo en reinterpretaciones a manera de extractos.
Una de esas formas de adaptar a la novena sinfonía en otras artes es la manera como lo hizo el director Herbert von Karajan.
Con tres arreglos instrumentales -para piano solo, para instrumentos de viento y para orquesta sinfónica- Karajan creó a partir de la obra de Beethoven, en 1972, el himno de la Unión europea. En este, las ideas de libertad del ‘genio de Bohn’ son adaptadas en forma musical para resaltar los valores de fraternidad de los Estados europeos.
Pero Karajan no fue el primero en adaptar la música y legado de Beethoven y darle un carácter contemporáneo. Ya tras la muerte del compositor, figuras como Schubert (Sinfonía ‘Grande’) y Brahms (Primera Sinfonía, llamada por el crítico Eduard Hanslick la ‘Décima’ de Beethoven) han intentado acercarse con creaciones propias que guardan el espíritu romántico de Beethoven y su novena.
Las versiones del celuloide
La vida de Beethoven ha pasado por el cine, pero también de diferentes maneras y sin estar necesariamente relacionada con él lo ha hecho su novena sinfonía. Así fue en las brutales escenas de ‘La naranja mecánica’ (1971), en la que Stanley Kubrick, su director, logró una asociación tan virtuosa como perversa entre los desmanes cometidos por Alex -el protagonista- y sus amigos y el segundo movimiento de la novena sinfonía. En la película Kubrick reduce el gusto de Alex por Beethoven, en el libro homónimo que la inspiró él también escucha a Mendelssohn, Mozart o Bach.
Otra película que usa de una manera que no está relacionada con su compositor es ‘Un hombre mirando al Sudeste’ (1986), del argentino Eliseo Subiela. En ella, Rantés, paciente de un manicomio, logra dirigir a la orquesta mientras interpreta la sinfonía, produciendo euforia entre el público y sus compañeros del manicomio; esta escena logra transmitir la sensación de la libertad absoluta.
Más recientemente, ‘Copying Beethoven’ (2006), de Agnieszka Holland, recrea el período en que la obra estaba siendo terminada por el compositor, 1824, bajo la presión de su inmediato estreno. Para entonces ya estaba completamente sordo, pero en la película se altera este hecho. En el filme, el clímax llega durante la interpretación de un fragmento de la sinfonía.