Juan Valdano. Ensayista, novelista. Miembro de Número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.
No son pocos los que afirman que aquello que un escritor consigna como documento literario es, en definitiva, un testimonio (cifrado o no) de su circunstancia. Es posible que así sea. He rehuido siempre escribir sobre asuntos personales; no obstante, voy ahora a contrariar esta norma autoimpuesta.
Hace unos días recibí la llamada telefónica de un amigo que me anunciaba el arribo a Quito de la profesora italiana María Rossi, quien había hecho un estudio crítico sobre una novela mía. (Cosa curiosa, pensé, son varias las monografías que en Europa se han escrito acerca de esa obra mía, lo que no ocurre en el Ecuador tal vez por aquello de que nadie es vaticinador en tierra propia). Respondí que gustoso la recibiría la semana siguiente. Y así pasó.
María es una joven investigadora doctorada en letras y profesora en una de las más prestigiosas universidades de Nápoles. Su interés por el Ecuador y la literatura de este país es encomiable. Hablamos de mis novelas históricas, de lo mestizo y la identidad andina; y también de Italia, “la nostra Italia”, patria de la que mis abuelos partieron hace más de un siglo para afincarse en esta tierra equinoccial y volverla suya sembrando en ella una prolífica descendencia.
Y hablamos de la cultura mediterránea, venero espiritual de un estilo de vida que se conoce como “Occidental”, cultura de la que, queramos o no, participamos de ella por el lado ibérico, pues nuestro mestizaje es, en parte, una singular simbiosis de lo andino con lo latino. Reminiscencias itálicas que, en mi caso, resultan cercanas, pues, siendo como soy nieto de genoveses (un mestizo de primera hornada) lo mediterráneo me es próximo gracias a unos abuelos cuya presencia (para decirlo con Borges) “prosigue en mi carne oscuramente. Tenues como si nunca hubieran sido y ajenos a los trámites del arte, indescifrablemente forman parte del tiempo, de la tierra y del olvido”.