Los nombres de Atahualpa, el Inca

Grabado adornado que ilustra un retrato de Atahualpa. Foto: Captura de pantalla

Dentro de los personajes de la historia ecuatoriana, Atahualpa ocupa un lugar preponderante, incluso como forjador de nuestra identidad nacional. Su muerte ocurrió el 26 de julio de 1533.

Atabalipa, Atavalipa, Atabaliba, Attabaliba, Atahuallpa, Atabalique y Atabalica como le nombraron los españoles Pedro Pizarro, Pedro Sancho, Francisco de Jerez, Diego Trujillo, Juan Ruiz de Arce, Cristóbal de Mena, Fernando de Santillán, Miguel Cabello Balboa, Antonio Vásquez de Espinosa, Martín de Murúa, Fernández de Oviedo, Marco de Niza, entre otros notables de la Colonia. También los estudiosos ecuatorianos González Suárez, Benjamín Carrión, Neptalí Zúñiga, Rodrigo Villegas, Mons. Silvio Haro, Alfredo Costales, Guillermo Echeverría, Luis Andrade Reimers, Julio Santamaría, Luis A. León, Jorge Salvador Lara, Enrique Ayala, y Ricardo Descalzi, entre otros; junto a los historiadores peruanos Raúl Porras Barrenechea y José de Riva Agüero, de los más destacados, realizaron estudios muy importantes sobre el último inca. Sin embargo, su figura es casi desconocida en las nuevas generaciones de ecuatorianos, por falta de difusión de su imagen y representación en los niveles educativos tanto primarios como secundarios.

Las diversas interpretaciones que historiadores dan al nombre de Atahualpa, según Luis A. León, (Atabalipa, rey de los Otavalos, en Boletín de la Academia Nacional de Historia Ns. 139-140, Quito, 1983, p. 72), es la misma designación con variantes de palabras, originadas ya en las diferencias que existen entre el quichua cuzqueño y el quichua quiteño, ya en la dificultad que tuvieron los conquistadores de captar al oído los nombres de personas y cosas que pronunciaban los aborígenes.

Efectivamente, fray Severino de Olmos, religioso de la Orden de Predicadores, en un juicio contra el oidor de Lima, Macario de la Serna, llevado a cabo en la capital virreinal en 1700, dice: “ Vuestra Señoría, cuya capacidad para entender la lengua del Inga es tan limitada que confunde todo y todo lo interpreta a su manera y no es capaz de comprender ni siquiera lo que significa el nombre del pueblo de Atau, de la cual su merced es beneficiado con encomiendas (…) y esa carencia no sólo es suya, sino de muchos señorones que no hacen ningún esfuerzo por oír de manera correcta lo que dicen los naturales y escriben a seguido barbaridades propias de su vanidad.“ (Miguel Perera, Casos curiosos de Lima del siglo XVIII, Imprenta de T.H., Lima,1897, p. 114).

En este sentido, recogiendo algunas versiones de cronistas españoles, como el de Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, cita la relación que Diego de Molina hizo en la ciudad de Santo Domingo sobre los acontecimientos que hubo en Cajamarca entre los conquistadores y Atabalipa, señala: “Y porque dicen algunos queste gran príncipe se llamaba Atabalica, digo que no han de llamarle sino Atabaliba”.

Sobre el mismo tema, y más aún, relacionando su lugar de nacimiento, Alonso Borregán, rústico soldado que acompañó a Francisco Pizarro y fue testigo de casi todos los acontecimientos que provocaron la caída del imperio incásico.

En su Crónica de la conquista del Perú, escrito en un español propio de la época, af: “Guaynacaba (Guayna Cápac) yba visitando toda la tierra hasta Quito por todos los puruas y llegando a quito supo que estaba un señor que se llamaba Otavalo y señoreaba los carangas y pasto y va sobre el con toda su gente ha cerca de una laguna frontero de una provincia que llaman myra y allí junto a la laguna se dieron una batalla entrambos a dos que dizen ser la cosa mas rreyñida en guerra y con mejores armas mataron tanta cantidad de los otros que la sangre de los muertos se torno la laguna de aquella color que la sangre y aunque de los de guaynacaba murieron muchos matando allí al señor de Otavalo y fuese el guaynacaba a su valle y tenía una mujer aquel señor muy hermosa y como tomase aquella señora por su mujer empreñose del y pario un hijo que se llamó Atabalipa tomando el nombre del valle que se dezia Otavalo envio gente al guaynacaba a los carangues y pastos y truxoles de paz puso en horden toda la tierra y debaxo de su señoria y puso por las provincias y valles governadroes y anduvose mirando toda la tierra y holgándose”.

En cuanto al lugar de nacimiento de Atahualpa, Mons. Silvio Luis Haro, obispo de Ibarra, en su obra “Atahualpa Duchicela” (Imprenta Municipal, Ibarra, 1965) sostiene la tesis de que el último Inca nació en Caranqui del Inca Schyri que heredó del Reino de Quito de su padre Huyana Cápac, y demuestra que el infortunado monarca, víctima de Pizarro en Cajamarca perteneció a la familia Duchicela, originaria de Puruhá.

Haro comenta, además, que varias ciudades se disputan el honor de ser su cuna, tales como Caranqui, Otavalo, Cochasquí, Quito, Tomebamba, Chachapoyas y Cuzco. El prelado se inclina por Cochasquí y coincide con Pio Jaramillo (Atahualpa, creador de la nacionalidad quiteña, Imprenta de la Universidad Central del Ecuador, Quito, 1936) al sostener que Ayahualpa Duchicela fue el creador de la nacionalidad quiteña.

Afirma que “Huayna Cápac en Quito tomó nueva mujer, hija del señor de la tierra (no una simple palla o concubina), y de ella hubo un hijo que se llamó Atabalipa, a quien él quiso mucho y dejándole bajo tutores de Quito, tornó a visitar las tierras del Cuzco”.

En su testamento decidió que “aquella provincia de Quito que él había conquistado, quedase para Atabalipa, pues había sido de sus abuelos y expresó a (Huáscar) que le dejase aquella provincia de Quito, pues su padre le había ganado y estaba fuera de su estado y mayorazgo; y, sobre todo que había sido de su madre y abuelo”,
Sobre su figura, Benjamín Carrión, en su libro “Atahualpa” (Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1934), resumiendo, señala: “Atahualpa era ejemplar rudo y fuerte de la mezcla de dos estirpes: la de los caras y la de los incas. Era ancho y bien formado de hombros; de estatura más bien alta, como lo son los indios de los hatun puruhá y caranqui, cuya sangre corría por sus venas.(…) Tenía el rostro grande, hermoso y feroz, los ojos encarnizados en sangre.( …) Su mirada, su cara toda, eran de una impasibilidad de piedra. (…) Habituado al legislar sabio y al sentenciar justo e inapelable de su padre, Atahualpa había adquirido el hablar grave, trascendental, reposado. Sus razonamientos eran sagaces y profundos y la sutilidad de su discurrir era tan fina y segura, que hacía caer en sus redes a los más perspicaces…”

Por su parte, Cieza de León “El Señorío de los Incas” (Editorial Universo, Lima, 1973, p.246), afirma, “Atahualpa eran bien visto de los capitanes viejos de su padre y de los soldados, porque anduvo en la guerra en su niñez y porque en su vida le mostró tanto amor que no le dejaba comer otra cosa que lo que él le dejaba de su plato”.

La muerte de Atahualpa tuvo lugar en Cajamarca el 26 de julio de 1533, cuando tenía 30 años. “Chaupi punchapi tutayaca, Anocheció en la mitad del día” (Benjamín Carrión)

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