Una casa de 1600 será el Museo de la Ciudad, en Sangolquí

La antigua casa de 1 200 metros cuadrados de construcción se levanta en un predio en la calle Montúfar, entre Riofrío y Mercado. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO

Hasta hace 30 años, Sangolquí, la capital de Rumiñahui, era una pequeña urbe encerrada por dos avenidas, la Abdón Calderón y la Luis Cordero. En aquel entonces, 46 215 personas habitaban todo el cantón vecino de Quito, apenas 35 386 en la zona urbana.

Sin embargo, ya era una ciudad dinámica que le sacaba todo el jugo a sus variadas bondades naturales y a su proverbial gastronomía, con el chancho hornado -o simplemente hornado- como el rey indiscutible. Turismo y culinaria eran los anzuelos que pescaban a miles de ecuatorianos cada fin de semana… igual que ahora.

Cabecera de Rumiñahui, cantón creado el 31 de mayo de 1938, Sangolquí nació con vocación patriótica y próceres como el Marqués de Selva Alegre, Juan de Salinas, Rosa Montúfar o Lucas Tipán, que vinieron al mundo o vivieron en estas tierras.

Su valioso centro histórico es consecuencia de la residencia de esos y otros personajes y de la vena productiva de los sangolquileños. Una cualidad que floreció antes de que los jesuitas cultivaran en sus tierras y haciendas el ultrafamoso maíz de Chillo, nombrado patrimonio y bien inmaterial del Ecuador.

De hecho, explica Luis Cevallos, presidente de la Asociación de Estudios Históricos de Rumiñahui, la génesis de Los Chillos tiene unos 10 000 años, como lo atestiguan los restos arqueológicos de El Inga; e incluye la resistencia a la conquista inca de sus señoríos étnicos, comandados por Cosanga, Píntag o Quimbalembo y la participación de sus ciudadanos en eventos tan trascendentes como el Primer Grito de la Independencia y la Batalla de Pichincha.

El imparable crecimiento urbano de Quito se extendió hasta sus periferias, Los Chillos y Tumbaco.

Sangolquí se transformó, por poco tiempo, en refugio de las élites quiteñas y luego se tornó en ciudad-dormitorio para las clases medias. Hoy forma parte del conurbano capitalino, con una población de 80 000 residentes estables.

Ese desborde poblacional creó un desbalance urbanístico y aparecieron, poco a poco, las carencias. Una de ellas es el deterioro físico de su centro histórico, que se complica más todavía por la presencia de comercio informal que se concentra en el área. El desorden es evidente.

Por esta coyuntura, la recuperación total de una de las 30 casonas originales del primer Sangolquí -para convertirla en el nuevo Museo de la Ciudad- es un acierto de la Alcaldía, según el arquitecto Eduardo Vallejo. Él es el abanderado del grupo conformado por el Arq. Ramiro Llumiquinga y la Ing. Carla Arauz -por parte del Municipio- más los profesionales Luis Enrique y Taly Vallejo, Carlos Guerrero y Mario Sosa. Y otros 45 trabajadores que laboraron durante el año de pandemia.

El inmueble es una valiosa construcción (de uno y dos pisos) de estilo colonial andaluz. Perteneció al maestro (juez) Joseph Sosa y a su descendencia, desde 1600 hasta inicios del nuevo siglo, cuando la expropió la Municipalidad.

El museo -que también albergará oficinas del Consejo y Junta de Protección de Derechos de Rumiñahui, que ayudan a las mujeres y los niños en vulnerabilidad- se emplaza en la calle Montúfar, entre Riofrío y Mercado. Tiene 1 200 metros cuadrados construidos y otros 400 metros cuadrados de patios y jardines. La rehabilitación demandó USD 800 000.

En su larga existencia, explica Vallejo, el inmueble sufrió muchos cambios, aumentos y cortes que comprometieron su arquitectura de cimentaciones de piedra, paredes y muros de adobe, cielos rasos de bahareque, pisos interiores de madera y exteriores de piedra sillar.

El equipo rehabilitó de la forma más fidedigna los espacios y preservó los materiales en buen estado.

Los inservibles se reemplazaron por otros -sostenibles- de similar categoría, como la madera de árboles centenarios muertos y los cantos rodados recogidos en Latacunga.

Para aumentar su vida útil y su seguridad, explica Vallejo, se realizó el reforzamiento estructural y se incorporaron sistemas electrónicos de iluminación, de vigilancia y contraincendios de última tecnología.

Aunque la adaptación a la función de museo ha tenido algunas voces en contra, la gran mayoría de sangolquileños apoya su creación.

Cristian Coronel, concejal del cantón, por ejemplo, piensa que el objetivo por el que se realizó la expropiación del inmueble fue la instauración del centro de protección y no el museo. Y aunque la cultura y la historia son necesarios, Coronel piensa que para eso ya hay espacios más adecuados, como la Villa Carmen.

Pero según la planificación, explica Cevallos, el museo será multidisciplinario y multicultural, y se habilitarán ambientes para exposiciones temporales, presentaciones artísticas, cursos y más actividades afines.

Asimismo, resalta Cevallos, funcionarán salas temáticas: la flora y la fauna de Los Chillos; el período preincaico; los tiempos incaicos; la Colonia, desde 1534 a 1822, y el crecimiento agrícola y textil del valle; los visitantes ilustres como Von Humboldt, La Condamine, Aimé Bonpland; el período libertario; la construcción del templo de San Juan Bautista en 1920; y el recorrido histórico del maíz de Chillo, bien inmaterial nacional. Su apertura será de forma progresiva.

Presentado por el alcalde Wilfrido Carrera hace pocos días, se espera que el museo ayude a la reactivación cultural y económica de la ciudad, golpeada como todas por la pandemia pero cuyo lema es nunca rendirse.

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