Moby Dick, la ballena que permitió crear la gran épica estadounidense

Herman Melville escribió la novela Moby Dick. Foto: Ilustración

Hay libros que la sociedad lee por nosotros. No hace falta leerlos. Se sabe de qué va el argumento porque nos lo han contado, o se estudia en las escuelas. Siempre serán lecturas parciales, pero nos pasa casi siempre con los clásicos. Se puede no haber leído ‘La Ilíada’, ‘La Odisea’, la ‘Divina Comedia’, ‘Hamlet’ o ‘El Quijote’, pero sí saber de qué tratan. Incluso podemos citarlos, aunque algunas veces ni siquiera correspondan a la obra.

Una de esas novelas de las cuales sabemos su historia es ‘Moby Dick’, de Herman Melville, publicado en octubre hace 170 años. Es conocido por todos que se trata de la caza de la ballena blanca llamada Moby Dick. Sabemos, además, que es una obsesión: el capitán del barco solo pensaba en darle muerte, como una venganza.

Muchos creerán que es una novela de aventuras. De hecho sí lo es, pero también mucho más. Tal como ‘Las aventuras de Huckleberry Finn’, de Mark Twain, esta de Melville es de las novelas fundacionales de la narrativa estadounidense. Ambos son, en realidad, los relatos épicos que toda nación necesita para su fundación.

Para Harold Bloom, Estados Unidos no tiene un único relato épico, como la mayoría de países, sino que tiene tres: las dos anteriores y ‘Hojas de Hierba’, de Walt Whitman.

Cuando se publicó la novela, Melville era un escritor de aventuras. Se codeaba con las élites que lo habían consagrado como un referente del género. Pero su amistad con Nathaniel Hawthorne, autor de ‘La letra escarlata’ y el extraordinario cuento ‘Wakefield’, lo impulsó a escribir una novela de aventuras con el gran ­contenido humano, con su sentido de la existencia.

Así nació ‘Moby Dick’. Y fue un fracaso. El New York Times, que se había fundado un mes antes de la publicación de la novela, ni siquiera lo mencionó como una novedad. Su nombre y su libro figuraron recién diez años después, a propósito de otra novela que reseñaba el periódico. Una revista literaria de Londres abogaba, en cambio, para que su autor tuviera el mismo destino que sus ballenas: el fondo del mar.

Lo cierto es que la vida de Melville rodó cuesta abajo desde ‘Moby Dick’. Ni siquiera la publicación de ese gran relato, ‘Bartleby, el escribiente’, el amanuense que llega a decir “preferiría no hacerlo” a toda orden de trabajo que le llegaba, lo pudo levantar.

Sí, era apenas un cuento. Pero es extraordinario, el preferido del escritor argentino Ernesto Sábato, para quien prefigura “esta era del hombre extranjero en un universo opaco e indescifrable”. ‘Bartleby, el escribiente’ tiene el mismo sentido que ‘Wakefield’: el anonimato del burócrata en la masa de las urbes. Para Jorge Luis Borges, ambos son precursores de Franz Kafka.

En 1890, cuando faltaba un año para su muerte, The New York Times escribió que la vida de Melville “se ha deslizado tanto en la oscuridad que los neoyorquinos ni siquiera sabían que seguía vivo”. Aunque el rotativo decía que sus historias de mar nunca han sido igualadas, apenas en 1919 Raymond Weaver, estudiante de la Universidad de Columbia, comenzó a reivindicar la figura de Melville y hasta publicó su relato inacabado ‘Billy Budd’.

No es de fácil lectura ‘Moby Dick’, sobre todo cuando hay que leer los enormes tratados sobre las ballenas. Pero el comienzo de la novela está entre los más bellos e intensos de la literatura universal: “Llamadme Ismael” y pocas líneas después: “cuando la hipocondría me domina de tal forma que necesito de fuertes principios éticos para no lanzarme a la calle a quitarle a golpes, metódicamente, los sombreros a la gente… entonces, ya sé que ha llegado la hora de embarcarme en cuanto pueda”.

El que narra es Ismael, pero el protagonista es Ahab, para quien el objetivo es únicamente dar muerte a la ballena que nombraron Moby Dick. Hasta clavó un doblón de oro de origen ecuatoriano destinado a aquel que avistara la ballena.
“Ahab, como Melville, no es cristiano, y como William Blake, cree que el Dios de este mundo, llamado Jesús y Jehová, es un demiurgo chapucero, que ha enviado a Moby Dick a reinar sobre nosotros”, dice Bloom. Además, “Ahab
es aún más americano y jura que golpeará hasta al sol si este lo insulta”.

Y lo hará incluso a costa de su propia vida, tras tres días de cacería. Porque “no piensa nunca -dice Ahab- sólo siente, siente, siente; lo cual ya es bastante para el hombre mortal. Pensar es audacia, únicamente Dios tiene tal derecho y prerrogativa. El pensar es, o tendría que ser, frialdad y sosiego; y nuestros pobres corazones palpitan y nuestros pobres cerebros se agitan demasiado para eso”.

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