La tarde del lunes aún tiene la claridad del sol y en El Conteiner, ese espacio vecino del Pobre Diablo, varias manos trabajan juntas para dejar una exposición lista. Desde ayer, allí se exhibe la más reciente obra del pintor Marcelo Aguirre: rostros y gestos expresivos, fondos de colores intensos y su huella, que es un solo trazo fuerte que revela todo.
Marcelo está sentado y habla con su acento, que arrastra las eres y marca las eses. A veces corta su discurso y reflexiona en la respuesta. Sus ojos son una inundación de verde, donde flotan, pequeñas, sus pupilas.Una poesía suya antecede al encuentro. El texto se titula Autorretrato o la visión oculta de una enfermedad enquistada en el torrente sanguíneo. Dice el artista que ‘Retratos’ (nombre de la muestra) tiene un punto de partida ya varias veces dicho: el tema de la enfermedad, el cáncer (leucemia). Después de que se lo diagnosticaron, “un momento conmovedor”, empezó a hacer su autorretrato.
Ese primer cuadro es la puerta de entrada a la muestra. En tono violeta, el rostro de Aguirre, sacado de una fotografía de hace 25 años y de su actual reflejo en el espejo. “Una sensación de vacío violeta marcó su rostro”, se lee en la poesía; el texto sigue: “Fue un acto liberador el fijar su rostro sobre el lienzo blanco”.
La liberación, producto del primer cuadro, se extendió luego a la pintura de otros rostros. La mirada personal del artista se enfocó en su madre, en sus hijos, en sus amigos… Seis meses de trabajo fluido e intenso dieron como resultado 34 piezas.
Además, con el retrato Marcelo recuerda su llegada a la pintura. A través del conocimiento de los retratos realizados por Goya, Velásquez o Van Gogh se fascinó por la capacidad de ver mucho más que un rostro. Y si la condición humana es una constante en la obra de Aguirre, el retrato le abría otras posibilidades: el desafío de plasmar en el lienzo un instante vital.
Con los retratados fue más bien una relación intuitiva, el escogimiento del color no fue racionalizado, la melancolía o la alegría surgían en el momento, “el personaje iba dando el camino”. El de Eduardo Kingman es una gran sonrisa sobre un fondo amarillo. El de Christoph Baumann, una mirada severa y la temperatura de los rojos.
Para hacerlos, él artista sacó fotografías a los personajes; luego, encerrado y solo en su taller, los pintaba. Le hubiera molestado terriblemente tener al personaje todo el tiempo en frente suyo. “Tener que conversar me da mucha pereza”. Él quería soledad, para mirarse en los retratos, en los ojos de los otros.
El acercamiento fue abierto, de tensiones y flexibilidades, un vínculo energético con instantes, formas y acrílicos. No hubo juicio ante los personajes. Aguirre pintaba lo que estaba viviendo, lo visto y lo que pasaba dentro. Si hay máscara en el personaje -dice- es el gesto o la actitud que él puso en ese momento. La máscara oculta o permite decir lo que pocos se atreven, ironizar sobre la condición humana. Con el retrato, el pintor busca develar, saber quién es y, “ojalá crear historias alrededor del personaje en ese momento”.
El acto de pintar a esta gente fue para Marcelo un ancla al presente, “una manera de reconocerte, de encontrarte nuevamente en otro rostro”. Algo que también encuentra en la actuación. En 2010, el pintor participó en la cinta de Sebastián Cordero, ‘Pescador’. Marcelo antes de dejarse seducir por la pintura llegó al teatro y en la interpretación de un individuo halla un camino al reconocimiento de uno mismo: verse en los ojos de otro.
La escritura también le da esa posibilidad. Si una poesía abría el encuentro con el pintor, una prosa lo cerraba. Marcelo toma una cartulina rosa y descubre el título: ‘Bajo las hojas secas’. Da lectura al texto con pausa, con intención; hay intimidad y las palabras nos llevan a la playa, al mar: “Soñó aquellos rostros que había pintado, aquellos rostros que le devolvieron el aliento, aquellas miradas que parecían faroles en la oscuridad”.
La enfermedad es un tema cerrado, ya no presente, y si bien, la exposición parte de ella, la obra no gira alrededor de ese eje. El nuevo texto concluye: “ Se paró, caminó junto al mar, con los pies descalzos, miró hacia atrás, solamente calma, mucha calma”.
Y con esa calma el artista va al interior de El Conteiner, se detiene frente al cuadro que cierra la muestra, otro autorretrato. El Marcelo pintado sonríe con el cabello al viento sobre un fondo rojo vivo. El Marcelo real lo observa y se reconoce en él …