Abrir el libro equivale a desempolvar gran parte del arte que se ha creado en el país en la última década (1998 2009). Fotografías, videos, esculturas, pinturas, performances (arte en vivo) pertenecientes a 64 artistas nacionales fueron aglutinados en 200 páginas por Rodolfo Kronfle, curador y crítico de arte ecuatoriano.
Desde 1994, Kronfle visita cuanta exposición ecuatoriana llega a sus oídos. “Él ha ido inclusive a muestras de autores que no son de su interés. Va a todas, ¡a todas!”, cuenta David Pérez, propietario de la Galería DPM, en el norte de Guayaquil y amigo cercano de Kronfle.
Todo ese bagaje de arte contemporáneo ecuatoriano que archiva en su cerebro, lo ha compartido en conferencias dictadas en EE.UU., Guatemala, España, Colombia, Perú, entre otros países.
Kronfle notó que al añadirle un contexto histórico y social a cada una de las obras, despertaban un interés insospechado en el público foráneo. Y así nació el libro: a partir de esa demanda que tuvieron sus historias orales. “Es un libro esencial para entender el arte contemporáneo en el Ecuador”, considera Pilar Estrada, crítica de arte guayaquileña.
‘1998-2009 Historia(s) en el arte contemporáneo del Ecuador’ posee dos grandes capítulos. El primero, ¿Ya a nadie le importan los hechos?, hace un repaso sobre varias obras artísticas que surgieron a partir de hechos históricos particulares.
Y es así como el artista Óscar Santillán, por ejemplo, con su obra Piedra, papel o tijera (2002), manipula la estatua de San Martín y Simón Bolívar, ubicada en el Malecón 2000 de Guayaquil, e instala otras manos delante de las originales de los libertadores para dar la impresión de que están jugando el clásico juego fortuito al que alude el título de su trabajo.
O el caso de Stéfano Rubira, cuyo trabajo Sin Título (2004) reproduce una foto histórica de la masacre obrera del 15 de noviembre de 1922, empleando una sustancia de origen farmacéutico llamada violeta de genciana, comúnmente empleada para sanar llagas y heridas, brindando, de esta manera, un mensaje implícito a los espectadores.
En el segundo capítulo, El rompecabezas de la identidad, se arma con obras que tienen en común el rechazo o la indagación al concepto de identidad.
Dentro de este grupo, constan unos dibujos anónimos extraídos de Internet. Se tratan de parodias al Escudo Nacional de personas que, en sus propias versiones, incorporaron, entre otros elementos, un preservativo, un cuy y hasta al personaje televisivo ‘El Cholito’ dentro del símbolo patrio. La obra tiene como contexto histórico la recordada propuesta de los asambleístas de Alianza País, en el 2008, de cambiar algunos componentes del Escudo Nacional.
Otra burla directa, esta vez al Registro Civil de Guayaquil, es lo que se observa en el autorretrato titulado José Miguel Alvear Lalley (1998). El artista, que le puso su nombre a su obra, obtuvo cuatro cédulas de identidad de su misma persona y, para cada una usó un estereotipo diferente. De esta manera, en cada documento (en el libro están las cédulas) consta como blanco, negro, mestizo e indio. En algunos casos, Kronfle incorpora en su libro noticias de periódicos antiguos y pies de fotos para darle contexto a las obras.