Entre las estanterías de la Biblioteca de la U. Católica, que parece conocer al dedillo, Irving Zapater habla sobre los documentos que le permiten comprender y proyectar. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Prefiere mantener un bajo perfil, a tal punto que, tras la propuesta de entrevista, reacciona con suma modestia. Aunque Irving Iván Zapater accede de buen tono, no quiere verse expuesto al ojo público y me lo recuerda mientras conversamos, cuando -con su erudito verbo- habla sobre historia y cultura, recuerda pasajes o anécdotas, cita archivos y documentos, los cuales ha organizado y estudiado gran parte de su vida. ¿Quién mejor que él para hablar, justamente, sobre el valor de documentar?
Con una fe imbatible en los libros, lo primero que ha hecho es consultar qué es un documento. Y María Moliner le ha dado una respuesta: es un testimonio escrito, de épocas pasadas, que sirve para reconstruir su historia; o un escrito que sirve para justificar o acreditar algo. Entonces, Irving acota y, así se inicia el diálogo: “Es una línea trazada aún cuando habría que corresponder estas definiciones con los tiempos actuales, lo escrito está rebasado por otros soportes. Pero en todo caso me agrada mucho la palabra testimonio, el documento es un testimonio”.
¿Por qué la necesidad de registrar, de testimoniar?
La razón última es la conciencia de la precariedad de la vida humana y la necesidad de transmitir a las generaciones que vienen esos testimonios. Ocurre con un álbum familiar de fotografías, esas imágenes se las toma justamente parafijar hacia futuro un hecho presente. Y cuando, transcurridos los años, se repasa ese álbum, se
cumplen requisitos propios de la vida: evocar el pasado, testimoniar un mensaje y, luego, el valor simbólico que encierra un documento determinado.
¿Cuál es ese valor?
Por ejemplo, el orden. He escuchado una sesión del Senado ecuatoriano de los años 50 y ¡qué ordenada era la argumentación! Me imagino escuchar a Pérez Guerrero argumentado sus tesis o a Benjamín Carrión. Ahí se va transmitiendo. O en una fotografía de los años 70; ahí hay valores, por ejemplo la moda, y eso encierra signos importantes. La documentación filtra sabiduría, inteligencia.
¿Cómo comprende el tiempo quien archiva?
Como una línea que atraviesa la existencia.
Una labor que hurga en el pasado, pero que proyecta a futuro, en un legado…
Sí y algo más. Cuando uno se pregunta cuál es el valor de la historia, recurre a ese tipo de reflexiones. Heródoto consideraba que la historia era esos testimonios reunidos, ese conjunto de documentación. Para Cicerón, la historia tenía un contenido moral, una enseñanza hacia futuro. Tucídides hablaba de la historia en términos de prevenirnos. La historia se sostiene en una apreciación crítica de las fuentes, que son documentos de todo tipo; consiguientemente, ese -creería- es el papel fundamental de recopilar, recoger, conservar: ponerlo al servicio de…
No son solo los grandes personajes o ideas, sino el ser en su cotidianidad. ¿Cómo ponderar esos valores en el relato de la historia?
¿Por qué jerarquizar? Todo depende del enfoque. Hubo escuelas que hilvanaban los acontecimientos del pasado con los personajes, Julio César, Napoleón, acá también, García Moreno, Alfaro, Rocafuerte; pero hay otras fuentes que dan valor a estos episodios de la vida social, del trabajo de la gente común. Es muy importante equilibrar. Los grandes conductores tuvieron un papel muy importante y estudiar la vida de esos personajes de primera línea es importante, pero solo estudiar aquello presenta una visión parcial del pasado.
¿Cómo ha sido conservar el pensamiento ecuatoriano, la memoria intelectual?
Muy complejo, precisamente por la carencia de documentación. En el país se ha perdido mucho, no solo en los archivos públicos sino también en los privados. La primera complejidad es hallar documentación, a pesar de que hoy hay un poco más de interés al respecto. El segundo problema es el estereotipo que solemos formarnos: valorar antes de efectuar un juicio crítico y sereno, prejuzgar. Pero existieron casos: a fines de los 50, el filósofo Zea propugnaba este trabajo y cuando vino al Ecuador fundó en la CCE la Revista de Historia de las Ideas; o el aporte que en la Católica hicieron Arturo Andrés Roig o Rodolfo Mario Agoglia; o la Biblioteca Básica del Pensamiento Ecuatoriano que editó el BCE, con más de 60 volúmenes.
¿Al dar orden a las voces del pasado hay manipulación o imparcialidad?
El primer manipulador siempre es el político y el segundo, el que está a sus órdenes o de una idea política. Recuerdo la conmemoración de Alfaro hace muy poco, allí se mostró una gran manipulación sin duda alguna. Para evitar aquello se requiere madurez y respeto a las instituciones. La primera gran institución a la que se debe respeto es la verdad, si no se la respeta, vas por camino incorrecto.
La verdad. ¿Cuál verdad o cómo encontrarla?
Ahí vamos al célebre pasaje de la vida de Cristo: ¿qué es la verdad? Nunca contestó. ¿Hay una verdad o varias? Cuando se escucha decir mi verdad a políticos o a personas en litigio, uno dice “no es así, la verdad es una”, pero ¿se la puede descubrir? Ahí viene la complejidad, si hablamos de la verdad en términos puros, vamos al territorio de la objetividad, y la pregunta es si una persona puede llegar a la objetividad a través de la subjetividad… Todo lo que hagamos o pensemos es en subjetividad, somos así por naturaleza.
En ‘Memorias de Adriano’ se dice que hay tres formas para comprender la existencia: los libros, la observación de los otros y la observación de uno mismo. Las tres se vinculan en la documentación…
Siempre se acusa que las memorias no son una fuente histórica de validez: hasta qué grado uno mismo se puede analizar. Pero, la Yourcenar ¡qué espíritu! Uno es uno hasta la muerte, por más que finja ante los demás. El segundo aspecto, si uno es humilde, la observación del otro es importantísima, pero el ser humano es reacio a ello, a concebir que el juicio del otro tiene un valor muy grande. Y los libros son enseñanza. Nuestro país no va por la línea correcta si al niño no se le educa en los valores morales, estéticos y culturales.
¿Sería posible el documento total?
No podemos negar la posibilidad, seguramente la tecnología nos va a ayudar. Piense usted en el testimonio escrito en piedra en Babilonia, cuántas limitaciones había; piense luego en Gutenberg; luego en la imagen incorporada al texto… Tecnológicamente estamos avanzando, entonces el documento total puede ser algo que suponga una implicación completa… No es utopía.
Va en la línea de Internet como la mayor biblioteca de la humanidad…
Así es. La misma señora Moliner: los dos grandes volúmenes de su diccionario, ¡qué pesados son! Ahora mismo se los puede consultar por Internet y es una ayuda fantástica que debemos aprovechar. En el momento que hablamos de documento, la primera fuente es Internet; claro que es parcial, pues una investigación histórica tendrá una extensa ruta. Ahí viene el papel del Estado: cuánto se ha perdido y cuánto se puede salvar todavía; es menester que el Estado dé importancia a archivos y bibliotecas, como legados del pasado: construir edificios, dotar de recurso humano calificado y de políticas claras. Para recuperar ese pasado en documentación, estamos en paños menores.
¿Su documento favorito?
La Historia de la República del Ecuador, de González Suárez. Es la mejor historia que se ha hecho en el país y sirve para testimoniar el pasado, para comprendernos.
¿Guarda registro de su vida, para dejar un documento de Irving Zapater?
No. Sería una vanidad. Cuando reviso documentaciones históricas, digo “qué poca validez tiene la vida humana después de unos siglos”. Muchos se esfuerzan por dejar testimonio o escribir libros, buscan homenajes o condecoraciones, y si no son ellos, son los hijos y los nietos, para sentirse por sobre los demás. Lo más importante para uno es hacer esto de lo que hemos hablado, poner un grano de arena para ir recuperando testimonios, eso sí es importante, uno no vale nada. Es mejor pasar una vida haciendo cosas, haciendo cosas, pero por debajo, debajo.
Irving Iván Zapater
Nacido en Quito. Doctor en Jurisprudencia, máster en Economía y en Historia. Gestor cultural y editor de múltiples publicaciones
sobre historia, arte y cultura. Fue director del Centro de Investigación y Cultura del Banco Central del Ecuador y Secretario del Consejo Nacional de Cultura. Actualmente, dirige la revista Letras del Ecuador.