En la cafetería, hablamos de la poesía de Arthur Rimbaud. Habíamos escuchado la traducción del francés que el profesor Filoteo Samaniego hizo para nosotros; escogió Vocales, el soneto, acaso escrito antes de 1872.
Somos ávidos lectores y escritores muy próximos a la vanguardia, pero admiradores de la poesía de los clásicos españoles manieristas y barrocos. Fernando Nieto (1947-2017), opina que no hay ninguna relación entre colores y sonidos, puesto que el primer verso del soneto reza así: “A negro; E, blanco; I, rojo; U, verde; O, azul: vocales”. Dice Fernando que son alusiones gratuitas ni siquiera convencionales.
De acuerdo, comenta Gustavo Cabrera, poeta ambateño (1942-1970). Desarrolla su comentario y dice: esas alusiones dan lugar a bellas comparaciones sin nexos con la realidad objetiva, es decir, a las metáforas que, en los años en que vivió Rimbaud, los lectores no admitían por considerarlas antipoéticas. Estamos, dice Gustavo, al primer caso de metáfora contemporánea -ver ‘Teoría de la Expresión Poética’ de Carlos Bousoño-, muy frecuente en la poesía vanguardista en los comienzos del siglo XX.
Leamos: “A, negro jubón velludo de moscas zumbadoras/ que pululan en torno de la cruel hediondez”. En frase pedestre, moscas que abundan en la masa excrementicia. Las imágenes que se agolpan en el soneto van perdiendo la coherencia con el elemento objetivo hasta posarse en el misterio. De modo que la E es “candor de brumas y de tiendas,/ danzas de ventisqueros, reyes blancos, temblor de umbelas”. Bruma puede ir muy bien con ingenuidad, cierto que con esfuerzo; pero “candor de tiendas” es ya del campo sicológico del autor.
La E es “danzas de ventisqueros”, acaso el referente objetivo es el conjunto de estalactitas de hielo que pueden parecer personas; aunque “temblor de umbelas” se esfuma en la siquis del autor. El DRAE dice que umbela es guardapolvo o también flores blancas que crecen en conjunto. Esto último, según Gustavo, se percibe en el verso con alguna lógica, puesto que el hilo del ventisquero es blanco. Sin embargo, la E, por sus brazos, semeja estalactitas de hielo.
La complejidad del soneto es inaudita. Martha Lizarzaburu (1940- 2019) comenta que el último verso del soneto es una bella afirmación mística escrita por el autor de 17 años, bella por la sugerencia de la imagen: los versos corresponden a la “O, clarín excelso lleno de raras estridencias,/ silencio atravesado por Mundos y por Ángeles; – ¡Oh la Omega, violeta destello de Sus Ojos!” .
Se cierra el círculo con la Parusía, es decir, el fin del tiempo. El ámbito es silente, en donde vagan los astros y los espíritus -recuerda la Oda a Salinas, de fray Luis de León- “Violeta destellos de Sus Ojos”, extraña, singular forma de expresar el color de los ojos de Dios. Rimbaud tenía 16 o 17 años y no había vagado en el infierno.
Estamos a punto de alucinarnos con El Barco Ebrio. Fernando se encontraba abismado. Leyó el poema y afirmó que de hecho se trataba de un poema simbolista. Recuerdan, continuó, el poema El Albatros de Baudelaire, es ente, el pájaro es el poeta y los marinos son la sociedad. En El Barco Ebrio, el autor se convierte en la voz poética personificada en un barco. Sacó una hoja de papel en la que había anotado las imágenes más sorprendentes: “El agua verde penetró mi casco de pino / y de las manchas de vinos azules y vómitos / me la lavó, dispersando timón y razón”.
¿Qué es esa dispersión? El poeta, metamorfoseado en barco, se liberó o trató de liberarse de una carga cultural muy pesada. Prosiguió Fernando: “Y desde entonces me bañé en el poema / De la mar, inyectada de astros y lactescente, / Devorando los azures verdes donde, flotación descolorida / Y arrebata, un ahogado pensativo desciende a veces /”. La imagen del mar que proyecta en su faz los astros como un río de leche; el mar azul y verde soporta al ahogado pensativo.
¿El ahogado es el autor? Pero, “me bañé en el poema” es una declaración de entrega a la literatura y quizás es la proclamación de una actitud frente a la visión del mundo de la sociedad.
Fernando reafirma su comentario y pide que nos detuviésemos en la estrofa última de Barco Ebrio que dice “Ya no puedo, bañado por vuestras languideces, ¡oh, olas! / Arrebatar su estela a los cargueros de algodones, Ni atravesar el orgullo de las banderas y de los gallardetes / Ni nadar bajo los ojos terribles de los pontones”.
En otras palabras: ya no seguiré a los demás ni me importará el protocolo de las sociedad pública ni privada; en fin, ya nada seré frente a la crítica feroz, “ojos terribles”, de los indiferentes y pasivos contempladores que residen en pontones, palabra que, en el DRAE, acepción 2, significa “buque viejo que, amarrado de firme en los puertos, sirve de almacén, de hospital o de depósito de prisioneros”. Acaso los otros, prisioneros de una visión del mundo insufrible.
Comenté, con mis compañeros de tertulia, que oí recitar El Barco Ebrio en francés, por parte de mi amiga, ya fallecida, Martine Baruch. Comparé su sonido -siempre disculpándome por mi osadía- con el susurro de la brisa en el cañadulzal.
Sabíamos que Rimbaud abandonó su casa paterna por tercera vez y partió a París, merced a una invitación enviada por Paul Verlaine, en 1871. La relación de los poetas fue tormentosa.
Verlaine dejó a su esposa y junto con Rimbaud se dedicó a la bohemia en el Barrio Latino. Viajaron a Bélgica, Holanda y Londres. En Mons, Verlaine disparó a Rimbaud y le hirió un brazo. Verlaine fue enjuiciado y condenado a dos años de prisión. Rimbaud retornó a una granja de Roche, residencia de su familia. Se instaló en el granero y escribió ‘Una temporada en el infierno’, (1873), texto que hizo imprimir y que envió a algunos amigos. Desde entonces se desinteresó totalmente de la literatura.
Martha Lizarzaburu nos lee un fragmento de Alquimia del verbo. Se trata de una líneas o segmentos poéticos: “Me habitué a la alucinación simple: veía con toda nitidez una mezquita en lugar de una fábrica, una escuela de tambores erigida por ángeles, calesas por las rutas del cielo, un salón en el fondo de un lago, […] ¡Después explicaba mis sofismas mágicos por medio de la alucinación de las palabras!” .
Es una confesión rotunda sobre el ser de la poesía. Esta no es más que “sofismas mágicos”, expresados en palabras, a su vez, alucinantes. Pero, dijo, Cabrera, ‘Una temporada en el infierno’ contiene imágenes escatológicas que superan la negación que se esconde en las palabras, ahora, tan desestimadas por Rimbaud, por ejemplo, esta imagen: “¡Oh!, ¡el ebrio moscardón en el mingitorio de la posada, enamorado del sedimento, y al que disuelve mi rayo de luz”.
No es la evocación de un claro jardín de azucenas, es el regodeo en la inmundicia. Sí, dijo Fernando, es el rechazo del arte -sin justificación- y de su formación clásica y cristiana. Era el fin.
La biógrafa Enid Starkie (1897-1970), escribe: “Pese a las alegaciones de los críticos católicos, Rimbaud terminó su paso por el infierno decidido a dejar atrás el amor a Dios y a conservar su libertad a toda costa, […] El tercer gran problema es aceptar la vida tal como la hemos de vivir en el mundo. Rimbaud se enfrentó con este problema y trató de resolverlo de una manera que pone de manifiesto su incapacidad básica para vivir la vida como la viven los seres humanos corrientes que tan profundamente despreciaba”.
Después de ‘Una temporada en el infierno’, Rimbaud viajó por Italia, Suiza y Austria. Volvió, por cortos intervalos, a Charlesville. En 1876 se alista en Holanda, en el ejército colonial y sale para Java. Poco tiempo después deserta y retorna a Francia. En 1877 recorre Suecia y Dinamarca, en un circo. Es estibador en Marsella. Luego viaja a Egipto, llega a Alejandría. Se traslada a Chipre y trabaja como capataz en una cantera.
El 7 de agosto de 1880 se encuentra en Adén. Trabaja en una empresa que comercia con pieles y café. Vaga en Abisinia. Comercia con armas y vende esclavos. El volumen que se conoce con el nombre de ‘Cartas abisinias’ recoge cartas y artículos escritos entre 1880 y 1891. Los textos, según el editor catalán Franceac Parcerisas, son a-literarios.
Rimbaud deja África por un tumor en la pierna. Se interna en un hospital de Marsella.
Amputan una extremidad. Decide trasladarse a Roche. Padece mucho dolor y vuelve a Marsella. Lo acompaña su hermana Isabelle. Ella informa a su madre ,Vitalie Cuif, que Arthur volvió a Dios en sus últimas horas. Para algunos su conversión es dudosa. Murió el 10 de noviembre de 1891.
Nos deslumbraban las imágenes de los poemas que componían el libro ‘Iluminaciones’. Pero, ‘Una temporada en el infierno’, nos estremecía por sus negaciones y blasfemias. Sin embargo, pensábamos que, si él rechazó la poesía y la cultura cristiana, nosotros, deslumbrados y dolidos no teníamos porqué asumir esa actitud. Cierto es que las guerras y los desastres que nos tocó vivir, bien podían hacernos pensar como Rimbaud o como Sartre. No lo hicimos y colgamos nuestras palabras en cordeles con el fin de iluminarlas y entregarlas al regazo de la terrible y descompuesta realidad.