Hablando de la música del siglo XIX y de sus compositores, Diego Oquendo Sánchez preparaba al publicó que se dio cita en el auditorio Aída Sánchez, de Radio Visión. Risas y camaradería antes de salir al aire.
Allí congregado el público ansiaba conocer y escuchar a Ara Malikian, el virtuoso violinista que llegó a Quito a interpretar los ’24 Caprichos’ de un virtuoso de otra época, Niccolo Paganini. La voz de Oquendo y los aplausos recibieron al músico libanés de origen armenio, mientras que la atmósfera se extendía también hacia el otro lado del transistor.
Cabellera de rizos alborotados, camisa negra y jean, la informalidad de Malikian precedía a su sencillez, a su charla sin ataduras, a su buen humor. Ya con el instrumento apoyado en su barbilla, el violinista sonaba con Bach.
El stereo recital se desarrolló entre la conversación de Oquendo con Malikian, sus complicidades y los sonidos del violín. Habló Malikian de sus inicios con el instrumento, de su aprendizaje; primero de la mano de su padre, refugiado de los bombardeos que azotaban a su Beirut natal; después en Alemania, Inglaterra, Taiwán, España…
El carisma de Malikian lo era todo, y sobre eso estaba su maestría, su técnica en la ejecución del violín. Pasaba el tiempo y el público seguía enganchado con las preguntas de Oquendo, las palabras y las risas del violinista. El violinista contaba leyendas en torno a Paganini, confesaba misterios de su instrumento, recordaba experimentos musicales, colaboraciones, presentaciones…
Entre preguntas, respuestas y comentarios surgió una propuesta, que no se pudo rechazar: Las boletas para la función del martes 31 de Malikian se agotaron y el músico, a petición de Oquendo, aceptó ofrecer una segunda noche de concierto (mañana, a las 20:30, en el mismo Teatro Sucre).
Cerrada la charla, llegó el turno a las preguntas de los presentes. Manos arriba para pedir la palabra. Risas y camaradería en el aire.
Ante el asombro del público, Malikian mencionaba sus experiencias no solo con la música clásica, sino con su ensamble de jazz, con los ritmos gitanos y tradicionales, con el tango y el flamenco. Prefirió no referirse a un compositor favorito y aclaró “Paganini es mi personaje favorito en el mundo de la música”.
A Malikian le felicitaban por su carisma y su cercanía con el público, Diego Oquendo, padre, lo veía como “un hippie perfecto”. Y el violinista respondía diciendo que “en el mundo de la música clásica necesitamos gente natural. Yo quiero ser un violinista pero quiero ser yo también”.
Al preguntársele sobre si componía, la modestia del violinista dijo que “hacía cositas”.
Si el público presente podía ver al desenvolvimiento de Malikian y las reacciones de la gente, Oquendo Sánchez guiaba al radioescucha para configurar las visiones en “el teatro de la imaginación”.
De pronto el par de preguntas se multiplicaron y Malikian pudo explicar que el hilo conductor de los ’24 Caprichos’ no existía en lo musical sino más bien en la esencia, en las almas más que en las notas. Que en un momento él tocaba los caprichos en orden, pero que hoy no, porque prefiere que el encuentro con el público se matice con anécdotas y se tergiverse el orden.
También explicó los cambios que Paganini hizo en el instrumento, por lo que se puede hablar de un antes y un después en la historia del violín: el mango más largo para tocar más notas o la madera más gruesa para potenciar el sonido, entre otras.
Una pregunta rompió el tecnicismo para hallar otra vez al Malikian alegre e informal. ¿Qué piensas cuando tocas? “Con Paganini me digo en qué lío me he metido (risas)” y continuó “es el momento donde más gozo de la vida, estar en el escenario es como hacer el amor”.
Para acabar la noche, el violín y el cuerpo de Malikian tocaron una melodía de Astor Piazzola. El resto de Caprichos, el resto de Paganini quedaban para esta noche y para mañana… en la nueva función.