El coreógrafo Esteban Donoso, en los exteriores de la Casa Humboldt de Quito. Estuvo en la ciudad para ser parte de un encuentro de artes escénicas organizado por la USFQ. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO
Hace unos días, Esteban Donoso, uno de los referentes de la danza contemporánea en el país, fue parte del laboratorio Dar Cuerpo a la Memoria-Rememorar desde los cuerpos.
Esta actividad fue parte de las Jornadas de Pensamiento Acción, en torno a las artes escénicas, organizado por la Universidad San Francisco. En su paso por Quito -vive en Bruselas- conversó con este Diario sobre la visión del cuerpo en la actualidad.
Aristóteles decía que el cuerpo es un instrumento del alma, ¿usted cómo lo concibe?
La idea del cuerpo como instrumento ha estado presente por siglos pero se la comenzó a cuestionar en Estados Unidos, en la década de los 60. En la danza, por ejemplo, el cuerpo hasta ese momento estuvo al servicio de la subjetividad, de la vida emocional o de las problemáticas sociales. Desde esos años, deja su papel secundario y se convierte en el centro de las investigaciones. En ‘58 indicios sobre el cuerpo’, Jean Luc Nancy sostiene que no hay una idea definitiva del cuerpo y que todos son indicios. En ese sentido yo lo concibo como algo que no puede ser enteramente cognoscible.
¿Por qué la idea de belleza y fealdad sigue primando al momento de hablar del cuerpo?
La idea de belleza y fealdad tiene que ver con el mundo de lo estético, que a su vez tiene una historicidad. En esa medida aprendemos a tener una idea de ‘buen gusto’. Creo que todo pasa por la mediación de las palabras y por los sistemas de clasificación. Si nos quedamos en la experiencia de lo sensible, la idea de lo bello y lo feo es relativa. Para mí lo importante es el tránsito entre las dos en vez de elegir una.
¿Hemos pasado del control del cuerpo a la autoexplotación del cuerpo?
Creo que el cuerpo se puede controlar y explotar, siempre y cuando se lo apropie como imagen. Creo que es a través de hacer del cuerpo una imagen que puede participar de esa autoexplotación. Uno sale de eso cuando experimenta con el cuerpo de un modo más afectivo y sensible. Alimentarlo
como una imagen es algo que también pasa en la danza, por eso la imagen del bailarín es tan narcisista.
¿Cree que el cuerpo sigue siendo una herramienta de disciplinamiento, como sostenía Michel Foucault?
Sí y creo que no podemos evitarlo. En una entrevista, Foucault dijo que uno siempre está enfrentado a sistemas que construyen saberes y que nos disciplinan. Pienso en el sistema laboral donde todo es cuestión de productividad y competitividad. Esa idea atraviesa todos los ámbitos, incluso la academia, que es cada vez más competitiva y neoliberal. En la danza ese disciplinamiento es fluctuante porque hay momentos de liberación y otros de más apertura. La danza moderna, por ejemplo, fue liberadora del ballet.
¿Cree que ahora se piensa el cuerpo más allá de lo masculino y lo femenino?
Creo que depende del lugar. En Ecuador vivimos dentro de esa dicotomía fuertemente. En Europa creo que hay una tendencia a cuestionarla. Pero también depende de dónde se esté, porque no es lo mismo estar en una ciudad que en el campo. Generalmente cuando vas a lugares más pequeños y conservadores es muy fácil entrar en esa dicotomía.
¿Cómo percibe la relación entre cuerpo y tecnología?
Pienso que el cuerpo, incluso si no está mediado por ninguna tecnología, tiene una virtualidad, algo que lo hace totalmente inasible. Para mí esa es una de las grandes potencias del cuerpo y lo que le permite escapar del adoctrinamiento completo. Judith Butler decía que la normativa en la repetición va adquiriendo una forma que no tendría si no estuviera corporalizada por el sujeto en cuestión. Eso quiere decir que siempre hay permutaciones que permiten movilidad para las personas.
¿Por qué ver un cuerpo desnudo sigue causando pudor entre las personas?
Eso responde a una herencia muy cartesiana y católica, donde el cuerpo por sí mismo no es agente de conocimiento ni de las experiencias sino que está subordinado a la mente. Entonces el cuerpo siempre es aquello que corrompe y que hay que rechazar, porque contamina la pureza de la mente.
¿Qué pasa en ese contexto con el cuerpo de las personas con discapacitad?
Ahí hay un montón de normativas que están en juego. Hay mucha estigmatización que tiene que ver con la idea de la angelización del cuerpo en discapacidad. Eso se convierte en una coraza que no permite acercarse a la experiencia de vivir en ese cuerpo. Como hay esta idealización y angelización es un tipo de experiencia con la que uno no quiere relacionarse. Entre las personas sin discapacidad siempre hay una posibilidad de identificación, una especie de empatía, por eso cuando uno se encuentra con alguien con discapacidad se corta esa empatía.
¿Cree que debe existir este famoso equilibrio entre mente, cuerpo y espíritu?
Tengo una dificultad con esa idea porque de todas maneras es una visión dualista. Creo que es muy difícil romper con eso, pero lo que me ha servido como estrategia es pensar al ser humano como una unicidad. Yo tengo la idea de que a lo largo de mi vida he hecho un nudo con mi propio cuerpo. Ese nudo tiene que ver con mis propias experiencias, con herencias y con condicionamientos culturales. La danza me ha permitido ir desanudando cada una de esos mundos.
¿El cuerpo puede ser leído como un territorio?
Creo que sí, ver al cuerpo como un territorio significa que pude ser considerado como algo vasto. Algo de lo que siempre se puede aprender y hacerle preguntas. Un mundo que se puede investigar y rearticular. Siempre es posible ir a un lugar que no conoces dentro de este territorio llamado cuerpo.
¿Y como un espacio de memoria?
Absolutamente. Gran parte de lo que compone el cuerpo está hecho de memoria. Ahí entran las herencias familiares y ancestrales que vale la pena escuchar. Parte de la vastedad tiene que ver con esa memoria que no solo está en el pasado sino que está en el ahora. Creo que los afectos tienen mucho que ver con el cuerpo en el sentido más real. Hay una memoria que es evocativa y como más cercana a la imaginación, pero hay una memoria más cercana a lo corporal y a lo afectivo y que de hecho está más relacionado con los traumas que arrastramos.
Hay personas que sostienen que hay cuerpos que nacieron para ciertas actividades, ¿usted qué opina?
En el caso de la danza, si se lo dice coloquialmente puede querer decir que en ese cuerpo está inscrito el deseo de bailar, en cuyo caso me parece totalmente legítimo. Pero decir que un cuerpo puede y otro no puede me parece un problema. Sin duda hay cuerpos que tienen habilidades que otros no tienen, pero eso no significa que no se las pueda trabajar. Uno nunca sabe cómo está anudado ese cuerpo y cómo puede desanudarse.
¿La danza es un camino de liberación para el cuerpo?
Creo que lo interesante y valioso de la danza es la centralidad del cuerpo. El hecho de que el cuerpo sea el eje central del trabajo. En la danza es más fácil descubrir cuáles son las potencias del cuerpo. Siempre hay disciplinamientos, siempre estamos rodeados de imágenes y siempre hay imágenes que tiranizan el cuerpo, pero creo que estando en una práctica constante, cercana al cuerpo, a lo sensible y a los afectos es posible descubrir otras posibilidades de comprenderlo.
¿Qué es lo que más le interesa de su cuerpo?
Me interesa mucho esta idea de escuchar al cuerpo. De prestar atención a lo que me está diciendo. A veces puede ser una cosa sutil de percibir o algo que lo rodea, pero la idea es siempre estar atento. Creo que a veces las cosas más insignificantes pueden movilizarlo de una manera insospechada. Para mí, todo lo relacionado con el cuerpo tiene que ver con un ejercicio de escucha y de tensión.