Las mujeres de la parroquia Flores, de Riobamba, manufacturan adornos y prendas bordadas a mano. Foto: archivo / EL COMERCIO
Estanterías de hoteles, restaurantes y tiendas de diseño exhiben las creaciones de los artesanos de Chimborazo. Las vitrinas muestran shygras, prendas de vestir, decoraciones y otros objetos manufacturados en las comunidades.
“A los turistas les gusta saber que al hacer una compra también están ayudando a una familia, por eso las artesanías incluyen una tarjeta con la historia del artesano que las hizo”, cuenta Eva Gielis, administradora del hotel Inti Sisa.
Ese establecimiento funciona en Guamote desde el 2014, y en una de sus repisas principales se exhiben las creaciones de la Asociación de Mujeres de Nizag, una parroquia de Alausí, al sur de la provincia.
El grupo está integrado por 24 mujeres de diversas edades. Ellas heredaron de sus madres y abuelas la técnica de tejido, que aún aplican en sus artesanías y prendas de vestir.
Las mujeres se reúnen durante las tardes, después de sus tareas en el campo, para plasmar con puntadas pequeñas y precisas las figuras que se relacionan con la cosmovisión andina en los bolsos y textiles que tejen con fibras de cabuya.
“Las shygras que se tejen en Nizag tienen características únicas. Son rústicas y muy resistentes, además tienen un colorido muy particular y una técnica que solo he visto en esta zona”, cuenta Robert Orozco, un artista riobambeño que investiga los tejidos artesanales de Chimborazo desde hace más de una década.
El proceso de manufactura de los bolsos se inicia con la cosecha de las hojas de los pencos. Las artesanas las lavan y procesan para separar las delgadas y resistentes fibras de cabuya de la pulpa de la hoja.
“Los bolsos los tejen exclusivamente las mujeres, debido a que el trabajo manual es minucioso y delicado. Los bolsos de mayor calidad son los que están hechos con hilos más delgados, mientras que hay otros que se hacen con hilos gruesos y tienen una apariencia más rústica y tosca”, explica Orozco, quien incluso realizó un documental sobre ese trabajo artesanal.
Las mujeres cuentan que antes las shygras se elaboraban únicamente para uso personal o como obsequio, pero hoy se comercializan como parte de un proyecto para mejorar la calidad de vida de las mujeres.
Los bolsos se comercializan en la Estación de Tren de Sibambe, y los principales clientes son los turistas que llegan en el recorrido a la Nariz del Diablo, pero desde el año pasado también están en vitrinas de hoteles y restaurantes con alta afluencia de turistas extranjeros.
Las mujeres de Flores, una parroquia de Riobamba, también se asociaron para emprender un negocio de artesanías. Ellas comercializan sus creaciones con la marca Sisay Pacha, en ferias artesanales y un local propio en Riobamba.
“Es un proyecto que tiene dos objetivos: mejorar los ingresos económicos de las familias de Flores y difundir el nombre de nuestra parroquia en nuevos espacios. Nuestra meta es abrir una ruta de turismo comunitario, donde las artesanías serán parte de los atractivos”, afirma Alberto Guzñay, presidente de la Junta Parroquial.
La Asociación surgió en el 2012, cuando un grupo de jóvenes que se capacitaban en los talleres de tejidos, bordados y elaboración de artesanías propuso la idea al Gobierno Parroquial. El objetivo inicial fue buscar una alternativa a la única actividad económica: la agricultura, que sostenía a los habitantes de las 27 comunidades indígenas que integran la parroquia.
“Aquí no tenemos agua de riego, por eso los cultivos no prosperan y la gente empezó a migrar a las ciudades. Necesitábamos una alternativa distinta a la agricultura y a la ganadería”, cuenta Guzñay.
Las mujeres de la organización elaboran tapetes, cuadros decorativos, blusas bordadas y una variedad de prendas de vestir. El primer punto de ventas está situado en el centro de Riobamba, pero el objetivo es abrir más locales en otras ciudades como Ambato, Quito y Guayaquil.
El costo de las prendas depende de la calidad de las telas y de la complejidad de los bordados. El público objetivo para esos productos son las jóvenes indígenas que migraron a las ciudades, por eso los diseños combinan la moda contemporánea con la vestimenta originaria de los abuelos.
Las mujeres esperan escalar a nuevas vitrinas con sus productos este año. Para lograrlo se capacitan en talleres de bordado y costura, además adquirieron máquinas de coser.