El Senado pidió a Antonio Neumane componer la música del Himno Nacional, en 1866. Foto: www.fotografiapatrimonial.gob.ec
Corre el año de 1846. En marzo, Antonio Neumane arriba a la ciudad de Paita en el Perú. Presenta allí su pasaporte, con la aparente intención de radicarse en el país. Hacia noviembre se halla ya en Lima, avecindado en la Calle de la Riva. En función de su trayectoria como músico en América y Europa, ha obtenido la plaza de director de la orquesta del Teatro de Lima, donde conduce las melodías necesarias a las piezas que allí se presentan y amenizando los entreactos.
En los meses subsiguientes, Neumane hará conocer la multiplicidad de sus talentos. Los diarios de la época mencionarán como, en medio de las funciones, ejecuta “brillantes variaciones en el Melodium, especie de órgano con ocho instrumentos y varios resortes para acrecer y disminuir las voces”.
Sin duda su amplia experiencia como ‘riduttore’ para Casa Ricordi, de Milán, le es propicia para presentar versiones de novísimas piezas al piano.
Más allá de los escenarios, Neumane habrá de buscar ocupación que le proporcione ingresos adicionales. La obtiene, eventualmente, por intermedio de una familia de compatriotas, los Meucci. Sabina Meucci de Souter es por entonces directora del Colegio de Educandas del Espíritu Santo. Su padre, el pintor y miniaturista Antonio Meucci, trabaja allí como profesor, igual que lo hará Neumane. Es imposible determinar las asignaturas a él confiadas, pudiéndose especular tan solo que debieron estar relacionadas con la música.
Hacia 1847, sus labores teatrales empiezan a tornarse algo difíciles. Notas editadas en diversos medios de la época y, especialmente, en El Comercio de Lima, dan a entender que el público requiere un cambio inminente. Así, en junio, se comenta: “Piezas nuevas, Sr. Neumane, piezas nuevas: el público que paga su plata quiere que se le sirva bien, y nosotros, fieles intérpretes de este, le advertimos que se contraiga más al trabajo, para que de este modo cumpla con los deberes que le son obligatorios”. Al finalizar la temporada en noviembre, Neumane presentará una función en beneficio propio -cosa usual en la época- y tomará la ocasión para aludir a lo precario de su situación: “Con timidez suscribo mi nombre en un programa de Teatro, puesto que es muy difícil a la verdad a un artista que en él ocupa el puesto que yo, poderse captar las simpatías del público por más esfuerzos que haga”.
El descontento, desde luego, no concierne únicamente a Neumane. Es la estructura misma de las funciones del Teatro la que causa resquemor.
Respondiendo a ello, los empresarios deciden romper con el pasado del modo más enfático posible. Su idea es contar con una compañía lírica, capaz de presentar las más recientes óperas, contratadas directamente de Italia. Para ejecutar su plan, enviarán a Neumane a Milán en septiembre de 1847. La noticia se tornará pública tan solo después de su partida: “Sabemos que en el vapor Ecuador, que zarpó ayer para Panamá, ha salido el director de la orquesta del Teatro, D. Antonio Neumane, con destino a Milán a contratar a una doble compañía lírica, por cuenta de los actuales empresarios del Teatro”.
Ya en Italia, Neumane emprenderá de inmediato las gestiones necesarias.
Coordinará las mismas por intermedio de la Agenzia Teatrale Lombarda Veneta, de un amigo suyo, Alberto Torri.
La escritura que recoge el contrato se firma en diciembre. De la misma se evidencia que Neumane actúa a cuenta del empresario del Teatro de Lima, Francisco Coya, y que la compañía que forma es numerosa. Encabezando el elenco aparece la prima dona absoluta Lucrezia (Lucrecia) Micciarelli Marconi, junto con otras tres sopranos, Luigia (Luisa) Schieroni, Rossina Mauri e Idalide Turri. Idalide es la esposa de Neumane e, igual que Antonio Meucci -incluido como pintor de escenarios- no ha abandonado Lima.
Una carta de Torri a Coya, publicada a principios de 1848, da cuenta de su entusiasmo sobre la tarea: “Puede estar tranquilo y sosegado, que la compañía que traerá nuestro esclarecido maestro no dejará nada a desear, tanto del lado de los talentos artísticos como del lado de una bien aplicada economía en los estipendios”. Pocas semanas más tarde, el 13 de marzo, parte del elenco arriba a Lima, incluyendo a Micciarelli y a su esposo, Giusepppe (José) Marconi. El 29 de marzo, los artistas que arribaron presentan su primera función -el ‘Ernani’, de Verdi. Los comentarios de prensa son en extremo elogiosos, si bien anuncian que habrá de esperarse aún por algunos artistas.
El favor de los críticos y del público no habrá de ser permanente. A principios de abril aparece una primera nota en El Comercio atacando a Neumane e insinuando, sin razón aparente, que este es parte de un complot contra Marconi, el esposo de la soprano Micciarelli, para secuestrarlo y sacarlo del país. Al día siguiente aparece otra nota, complementaria a la primera, sugiriendo que Neumane ha contratado músicos bisoños en Europa, en contraste con talentosos músicos peruanos y extranjeros residentes en Lima.
Esos artículos serán las primeras salvas en una virulenta guerra que se desarrolla tanto en la prensa como en el escenario. De los testimonios de la época se colige que dos facciones se confrontan en la misma: una que apoya a Micciarelli y otra que considera a Luisa Schieroni la única y verdadera soprano absoluta de la compañía. En función de ello, se cuestiona la trayectoria de Micciarelli y se echa a correr el rumor de un ‘affaire’ entre la soprano y el director Neumane. Esas acusaciones llegan a las páginas de El Comercio, con furiosos comentarios en pro y en contra. En el teatro, en tanto, abundan abucheos de parte y parte, aderezados de vez en cuando con declaraciones declamadas desde palcos, golpes y desórdenes varios. La situación es tal, que Marconi, esposo de Micciarelli, se ve obligado a intervenir con un anuncio en el que solicita se detengan los agravios que afectan a su familia y a la compañía.
En mayo, uno de los incidentes ameritará peculiar atención: “El triunfo que la señora Micciarelli obtuvo [es] el de haber mostrado anoche, al contemplar la inmensa corona de alfalfa que se le brindó, que era susceptible de demostraciones dramáticas, puesto que el gesto de espanto que hizo fue natural, sublime y digno de verdaderos e imparciales aplausos”. La descripción de los partidarios de Micciarelli, también dada a prensa, no puede ser más distinta: “cuando se presentó la Sra. Lucrecia Micciarelli a cantar la Cavatina de ‘El Barbero de Sevilla’, el público la saludó con prolongados aplausos, y le envió como doce coronas de flores, pero en estas circunstancias se oyeron dos pitos y se vieron arrojar por Don Julio Rosett y Don
José Toribio Mancilla, dos coronas de paja”.
Tantas y tan dramáticas vicisitudes habrán de cesar gradualmente tan solo después de que Schieroni fuese despedida. Su partida permitió que la compañía trabajase con relativa calma durante las temporadas de 1849 y 1850. La última función en Perú la daría en febrero de ese año, trasladándose de inmediato a Chile, con la mayor parte de su elenco.
Neumane trabajará en ese país por varios años, antes de radicarse en Ecuador. Micciarelli, por su parte, retornará a Lima, ciudad en la que brindó una función de despedida en 1855. Una de sus hijas, María Marconi y Micciarelli, permanecerá allí como profesora de música, hasta que, en 1856, fuese secuestrada por el ecuatoriano José de Veintemilla. De dicha circunstancia emergería la mujer que pasaría luego a la historia bajo el nombre de Marieta de Veintemilla Marconi.
*Investigadora, historiadora.