Alberto Salcedo Ramos, periodista colombiano. Foto: Germán Espinosa / El Universal, GDA
Entrevista a Alberto Salcedo Ramos, periodista colombiano.
Alberto Salcedo Ramos (Barranquilla, 1963) es el cronista más importante que ha tenido Colombia, después de Gabriel García Márquez. Su método de trabajo se fundamenta en la paciencia, en acompañar a sus personajes durante días y volverse parte de su cotidianidad. “Me encanta meterme a fondo, como decimos en Colombia, con alma, vida y sombrero”.
¿Qué tan fundamental es la poesía para la escritura de tus crónicas?
Hay mucha gente que cree que la poesía consiste en el adorno, para mí es lo contrario, la poesía consiste en la falta de adorno, cuando el poeta es sincero nunca es ornamental, siempre es esencial. La poesía es esencia, no ornamento. Yo leo a los poetas para aprender la precisión en el uso del lenguaje y también porque me parece que a través de la poesía uno aprende a escribir con cierta hondura emocional.
¿Qué tanto trabajas el lenguaje en tus historias?
Cuanto tú escribes el primer borrador es obra de tu talento, pero no puede ser lo que le entregas al lector, luego viene una segunda fase en la cual tienes que reescribir, a mí me parece más interesante reescribir que escribir, castigar todo lo que he hecho, ver cómo lo borro, siempre me leo cuando escribo como si fuera mi peor enemigo.
¿Puedes lograrlo?
Sí, puedo hacerlo. Augusto Monterroso decía, uno es dos, el que escribe, que puede ser muy bueno, y el que corrige, que debe ser muy bueno. Todo trabajo es susceptible de pasar por el filtro del editor que te edita, a mí me parece que el buen editor es el mejor amigo del autor, el que te ayuda a quedar mejor con los lectores.
¿Los editores no están en peligro de extinción?
En Latinoamérica hay pocos, hay unos que son correctores gramaticales, otros que son recortadores de palabras con unas tijeras, no trabajan con la cabeza sino con el contador de palabras de Windows, pero un editor que de verdad esté iluminando, y te ayude a que tú te ilumines, son contados.
¿Tu sistema se rige por paciencia, tiempo y acompañamiento?
El periodismo mejora cuando uno se atreve a hablar con el personaje más allá de sus propias preguntas, más allá de los cuestionarios obvios. Alma Guillermoprieto dice que el periodismo de América Latina es rehén del síndrome del entrecomillado, todo el mundo anda buscando una frase contundente que poner en el título o en el sumario de la nota para llamar la atención o para montarla en las redes sociales y causar un impacto inmediato, fácil; pero hay ciertas verdades que solo aparecen ante nuestros ojos cuando nos atrevemos a correr la aventura de esperar que la realidad las revele, porque son verdades tan profundas que nunca las vas a encontrar en la superficie.
¿Cómo aprendiste a ser paciente?
El mal periodismo es absolutamente vecino del turismo, el mal periodista lo que hace es turismo también, es dar una vuelta y tomar una instantánea sin contexto, sin alma, sin vida, sin color. Parte de mi trabajo consiste en regalarme la oportunidad de descubrir lo que voy a contar más allá de cómo lo podría ver un turista. Cuando yo digo esto ya no lo vería un turista siento que estoy haciendo la tarea bien.
¿Cuál es el compromiso del periodismo?
Con la memoria; no se nos pueden olvidar los secuestrados por ejemplo. Después de que liberaron a Íngrid Betancourt, la comunidad internacional dejó de poner los ojos en la selva colombiana… como fueron liberados nos hemos olvidado de que todavía hay gente pudriéndose en la selva y pensamos que es un tema agotado, pero no puede estar agotado algo que atenta contra la dignidad humana de ese modo.
¿Nunca te haces amigo de los personajes?
Procuro dejar muy claro que no soy amigo de los personajes, es mi trabajo. No me gusta que el personaje crea que soy su amigo, porque si cree eso se va a sentir traicionado, ya que soy el dueño de la historia, aunque él la inspire y la protagonice y yo quiera contarla desde mi voz, no desde sus intereses.
¿Qué tanto estás tú en los textos?
Mucho. No entiendo la asepsia ni emocional ni en el tono; me gusta leer autores que saben hacer eso, pero yo pertenezco a la corriente de los que no lo saben hacer, yo necesito untarme, no puedo hablar de vísceras si no me he ensuciado las manos con la sangre de esas vísceras, no puedo hablar de calor si no he sentido en mi propia piel la temperatura de ese fogón caliente que estoy describiendo.
¿Ahora estás tras una historia que te emociona?
Estoy trabajando la historia de Guadalupe Pintor, el boxeador mexicano. Lupe Pintor mató a un boxeador. Es muy inteligente, eso me sorprendió y también su don de gentes.
¿Cómo narras el dolor?
Hay dolores que creo que yo no podría narrar y le pido a Dios, a la vida, que no me toque nunca, nunca, nunca pasar por ahí. Contar la historia de la pérdida de un hijo, para empezar no sé si yo sobreviviría a eso, porque adoro a mis hijos; yo creo que quedaría postrado mucho, pero mucho tiempo. Conté la muerte de mi madre y todavía la lloro; tenía 58 años. Cuando uno está vivo 58 son muchos, pero para morirse 58 son pocos, hay que vivir más.
¿El dolor te toca, cómo entras, haces tu trabajo y sales?
La crónica más dolorosa que he escrito es sobre la muerte de mi madre, lloré muchísimo cuando hice ‘Las verdades de mi madre’. No luché contra eso, no rechacé que me doliera, tampoco lo busqué, simplemente apareció como parte de lo que yo era en ese momento. Me atrevería a decir que el verdadero valor de las historias no depende tanto de la calidad narrativa de quien escribe sino de la conexión emocional conel tema.