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Apenas unos segundos bastaron para cambiar la dinámica de una plaza quiteña. Si antes de las 20:20 del viernes 29 de agosto la gente en San Francisco apenas resistía el frío nocturno hablando y moviéndose con sus pares (amigos, familia, parejas), inmediatamente después todo se convirtió en una fiesta llena de luces, color e historia.
Los cuentos del Duende, Tunda, Riviel, Gualgura, Patacoré y otros son difundidos. Cuando los padres de Anastacio Mina hablaban del Riviel, en la casa nadie quería subir a la canoa para ir a colocar la catanga, que es una trampa de madera que sirve para capturar al camarón de río.
Un equipo de científicos británicos resolvió el misterio del abominable hombre de las nieves, conocido también como Yeti.
Narran los evangelios y se canta en el Angelus, que con las palabras “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”, María virgen, respondía al arcangel Gabriel y aceptaba ser fecundada por el Espíritu Santo para dar a luz un niño al que llamó Jesús. Este alumbramiento es el que se recuerda cada 25 de diciembre con pesebres y villancicos, con novenas y misas.
Mitos, leyendas y tradiciones de Quito, la palabra y la gente en los espacios de la ciudad, han pasado de generación en generación, con actualizaciones, pérdidas y demás condiciones dadas por el cambio de los tiempos. Ahora, en un ejercicio de memoria, pensado para los niños de hoy, aparece ‘Relatos de Kikirikito’, de Rina Artieda V.
Johanna Córdova / Estudiante universitaria
Si el tristemente célebre y vivaracho padre Almeida habitara en nuestros días en el convento de San Diego, en el Centro Histórico, sería un fraile versión multimedia.
Daniel Vásconez. Estudiante de Arquitectura.
Álex Solano. Joven quiteño.