Álex Solano. Joven quiteño.
Si Cantuña viviera en el Quito actual, no construiría la iglesia de San Francisco. Sería un obrero del Municipio, de esos que andan arreglando las calles. Resulta que a este trabajador, el Alcalde le encomendó construir una carretera que descongestionara la ciudad. Pero, para terminar la obra, le dio como plazo una semana.
Al pasar los días, el obrero se topó con que no había presupuesto para buen pavimento, que los vecinos protestaban y que por donde iba a pasar la vía había sido un pantano que se convirtió en relleno.
Cuando faltaban dos días para la fecha que le habían dado, Cantuña no había hecho ni la mitad. Así que un cachinero que estaba pensando lanzarse para alcalde del Distrito le ofreció ayuda.
El cachinero le propuso a Cantuña terminar la obra y cumplir el plazo, no a cambio de su alma, sino con la condición de que se convirtiera en su devoto seguidor y le ayudara a reunir votos para llegar a la Alcaldía de la ciudad.
El obrero, viendo que el hombre había llevado a todos sus compinches para que terminaran la obra y que ya casi acababan los trabajos, se a preocupó y el día de la inauguración decidió esconder la pintura de la señalización.
Cantuña se hizo el desentendido para que el cachinero no se diera cuenta de que le había quitado el material.
La inauguración de la obra era a las 12:00. A las 11:45 el cachinero y sus empleados no hallaban la pintura. Como el Alcalde vio que la calle no había sido terminada, Cantuña se salvó y el cachinero se quedó con los churos hechos.