Era madrugada cuando atravesó la frontera. Liviano de equipaje y en el corazón pesándole el rencor huía de la dictadura. Prometió volver; mas nunca regresará a la patria. Otros vientos lo llevarán a París donde morirá un día gris, entre nevadas y abandonos. Cual un obcecado terrorista llevaba en su mochila la secreta bomba que había fabricado: los borradores de "Las catilinarias". Llegó a Ipiales. El frío y la soledad lo recibieron. Transcurría diciembre de 1879. Otros desterrados lo buscaron. No los recibió. Huraño, ensimismado y misántropo, evitó su trato. Él sabe que muchos lo huyen, otros lo temen, pocos lo toleran, alguno lo estima. Llegó pobre. La pluma nada produce; mas, el encono que sentía por el tirano lo mantuvo atento, anheloso de insulto. Escribió a Alfaro, quien prosperaba en Panamá; le solicitó ayuda para publicar su libelo. Alfaro aceptó la propuesta de Montalvo; la publicación de "Las catilinarias" le cayó de perlas para sus planes políticos. Estuvieron de acuerdo: ser