Project Syndicate En una época caracterizada por la aparición de numerosos brotes de descontento popular alrededor del mundo, las manifestaciones que han forzado la caída del Gobierno iraquí están pasando relativamente desapercibidas en Occidente. Aunque se estima que la violencia perpetrada por las fuerzas de seguridad iraquís ha acabado ya con la vida de unas 500 personas, las convulsiones que ha experimentado el país en las últimas décadas han sido de tal calado que muchos parecen haberse insensibilizado a ellas. A esto se le añade otra realidad incómoda: a diferencia de lo que ocurre en Venezuela o en Hong Kong, la indignación social en Iraq se dirige hacia un régimen cuyo diseño lleva sello occidental.
Desgraciadamente, el 2018 no pasará a la historia por haber estado plagado de éxitos políticos y diplomáticos. Si 2017 ya nos había traído una notable erosión del orden internacional, hoy vivimos en un mundo todavía más caótico, más inflamable y más hostil. No es casualidad, al fin y al cabo, que estos tres adjetivos sean aplicables también al Gobierno de la primera potencia mundial.
La Administración Trump sigue obcecada en echar por tierra los grandes consensos a nivel internacional. La lista de desplantes empieza a ser exasperantemente larga: el anuncio de la futura retirada del Acuerdo de París, el inminente traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, la “guerra comercial” contra China y otros Estados y, ahora, la violación del acuerdo nuclear con Irán (JCPOA).
La multipolaridad está de vuelta, y con ella la rivalidad estratégica entre grandes potencias. La reemergencia de China y el retorno de Rusia a la primera línea de la geopolítica son dos de las dinámicas internacionales más destacadas de lo que llevamos de siglo. En el primer año de Donald Trump, las tensiones entre Estados Unidos y estos dos países han aumentado a un ritmo mayor. A medida que el panorama doméstico de Estados Unidos se deteriora, lo hacen también sus relaciones con los que pueden percibirse como sus adversarios.
Una vez más, el presidente Trump ha optado por la vía unilateral en política exterior. Con su reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, Trump dinamitó nada menos que 70 años de consenso internacional. Y, una vez más, ha aplicado una lógica que malinterpreta y deteriora la realidad de Oriente Próximo, haciendo imprescindible que la UE dé un paso al frente.
Hace un lustro, uno de los más destacados teóricos de las Relaciones Internacionales, Kenneth Waltz, publicó un artículo titulado Why Iran Should Get the Bomb (Por qué Irán debería adquirir la bomba). Según Waltz, un Irán con armas nucleares ejercería de contrapeso de Israel, restableciendo un deseable equilibrio de poder en Oriente Próximo. Waltz añadió posteriormente que combinar las sanciones y los esfuerzos diplomáticos para disuadir a Irán era una estrategia con pocos visos de prosperar. “Más allá de usar la fuerza militar, es difícil imaginar cómo podría impedirse que Irán adquiera armas nucleares si está determinada a hacer lo propio”, afirmó.
En su famoso “trilema político de la economía mundial”, el economista de Harvard Dani Rodrik expone un problema irresoluble: la integración económica global, el estado-nación y la democracia son tres elementos que no pueden darse simultáneamente en su máxima expresión. A lo sumo, podemos combinar dos de los tres, pero siempre a expensas del restante.
Estamos de celebración. El Día Internacional de la Madre Tierra, se cumple un año de la ceremonia de firma del Acuerdo de París, un hito del multilateralismo y el avance más importante en la historia de la lucha global contra el cambio climático. El tratado entró en vigor en noviembre y cuenta en la actualidad con 195 firmantes, de los cuales 143 ya se han constituido en Estados Parte. El entusiasmo sigue estando justificado, pero desgraciadamente no todo son buenas noticias: los derroteros por los que discurre la política energética estadounidense con la Administración Trump han empañado este primer aniversario.
Project Syndicate Mientras la UE trata de capear el temporal nacionalista que amenaza con erosionar sus instituciones, algunos de sus más importantes aliados estratégicos están contribuyendo a la incertidumbre que reina.
La Unión Europea es hoy más necesaria que nunca, no sólo para Europa sino para el mundo entero. Ante un contexto global convulso e incierto, el proyecto europeo aparece como un instrumento esencial para hacer frente a las amenazas más serias a las que nos enfrentamos: los cantos de sirena del aislacionismo y el proteccionismo internacional y los nacionalismos y extremismos que, una vez más, asoman la cabeza en Europa y más allá. La UE constituye nuestra mejor herramienta para combatir ambos. Una UE que aún afronta retos importantes y para la que el Brexit ha supuesto un duro golpe. Urge por tanto trabajar para consolidarla y por ello sus estados deben tener hoy una prioridad clara: the European Union first. Dicha misión no debe ser entendida como ejercicio de unilateralismo, sino todo lo contrario, como inversión en el mejor instrumento que tenemos para defender el multilateralismo y enfrentarnos a los populismos y nacionalismos excluyentes en el continente.
Cada día que pasa sin resolver el conflicto de Siria, la situación se hace más compleja y las perspectivas de futuro más oscuras. La tragedia que viven los habitantes de Aleppo a diario es el máximo exponente de la sinrazón. La ruptura de la tregua entre Estados Unidos y Rusia, ha sido particularmente dura por tener lugar durante la Asamblea General de Naciones Unidas, con todos los líderes mundiales reunidos.
Los populismos, con sus autoproclamadas victorias sobre las élites, coinciden en señalar a la globalización como la causa de los problemas que sufren los ciudadanos. Sus discursos están especialmente dirigidos a quienes, en los últimos años, han visto descender su nivel de vida y se han sentido ajenos a los procesos globales, de los que otros parecían beneficiarse. Es cierto que estos agravios no han sido la única chispa que ha encendido el movimiento anti-globalización, y prueba de ello es que también ha calado en países con bajas tasas de desempleo y salarios crecientes.