La formación académica va más allá de las clases presenciales. Para encaminar las iniciativas estudiantiles, las universidades como la de Cuenca impulsan los emprendimientos.
Pero también hay otras iniciativas que se desarrollan por fuera de estos centros de estudios y se ejecutan en otros cantones azuayos, como Chordeleg. Allí, Andrés Rodas y María José Supliguicha abrieron el año pasado un taller y una tienda para elaborar y comercializar artesanías. Ellos crean objetos decorativos y utilitarios, prendas de vestir, joyas y tejidos.
Ambos forman parte de una lista de 250 emprendedores de ese cantón azuayo, de acuerdo con datos del Municipio local. Por esa diversidad, Chordeleg fue declarado hace un año como Ciudad Creativa, por la Unesco. Para Supliguicha y Rodas, “las nuevas generaciones tienen la responsabilidad de seguir con estos oficios y mantener las tradiciones, pero ofreciendo un valor agregado”.
En el caso de la academia, el Centro de Emprendimientos de la Universidad de Cuenca es el más antiguo de la provincia y funciona desde hace 10 años.
Jennifer Valbuena, de 24 años, Marcos Carpio, de 25, y Andrés Rosado, de 24, quienes egresaron de Ingeniería Química el año lectivo anterior, llevan tres años dedicados a la investigación.
Su primera propuesta fue obtener biodiésel a partir de aceites usados de cocina, y ganaron un concurso a nivel universitario en el 2015. Luego lo perfeccionaron con el desarrollo de un software, con los conocimientos adquiridos en la Universidad Nacional Autónoma de México, durante seis meses de pasantía. Tuvieron dos propuestas de inversionistas, pero lo dejaron pendiente porque querían titularse.
En noviembre del 2017 ganaron el primer lugar con el proyecto Runami Systems y en julio pasado viajaron a China, representando a la Universidad de Cuenca. Su proyecto consiste en adaptar la tecnología de los vehículos híbridos -que es más costosa-, a los automotores antiguos.
Para ello, se adapta un sistema tecnológico que permite que en cada frenado se recupere electricidad. Esta se almacena en una batería, que podrá ser reutilizada en casas o negocios. Con ello, disminuye el consumo energético y se ahorra dinero, dice Valbuena. Los cálculos son que con cada frenado se gasta 110 000 kilovatios y con este sistema se puede recuperar un 13%.
Otra investigación pertenece a Diego Juela, Álex Jumbo y Diego Tacuri, alumnos de Ingeniería Química. Ellos obtienen gases, a partir de residuos de plásticos, para aprovecharlos como combustible. Crearon un reactor (equipo) a escala. Allí, introducen los residuos plásticos triturados y con aplicación de calor se descomponen y obtienen los gases como el hidrógeno. Empezaron hace un año.
Según Juela, este gas podría reemplazar al GLP, que se utiliza en las cocinas y que produce más CO2, “que es contaminante”.
La tecnología camina hacia la economía del hidrógeno, dice Silvana Salamea, directora del Centro de Emprendimientos. En julio pasado esta propuesta obtuvo un reconocimiento de la Senescyt.
Los emprendedores tienen como primer cliente a esta universidad donde se instala una pequeña planta piloto para la generación de estos gases. Según Salamea, este centro recibe 140 proyectos de emprendimiento al año, de los cuales 10 llegan a la fase de ejecución.