Se cumplen veinte años de un hecho fundamental en la vida del país: la firma en Brasilia de los acuerdos de paz entre Ecuador y Perú. Así se cerró un largo capítulo de nuestra historia que merece ser recordado con sentido crítico.
Desde su nacimiento en 1830, Ecuador reclamó vastos territorios amazónicos que habían estado bajo jurisdicción de Quito en tiempos coloniales. Sus vecinos, especialmente Perú, reclamaban esos mismos territorios. Así surgió una disputa en la cual se dieron enfrentamientos armados, intentos directos de arreglo, arbitrajes y sobre todo una actitud de mutua desconfianza y agresividad. Todo empeoró cuando en 1941 Perú invadió el Ecuador y el año siguiente fue obligado, en la conferencia americana de Río de Janeiro, a firmar un protocolo en que renunciaba a su reclamo amazónico. El pueblo ecuatoriano vivió por años con el trauma de la derrota y el fracaso nacional.
La fijación de la frontera fue conflictiva y una zona quedó en disputa. Allí se dieron enfrentamientos armados, el más fuerte fue en el Cenepa en 1995. La exitosa resistencia de la nuestras Fuerzas Armadas impidió la imposición unilateral peruana y permitió recobrar la dignidad nacional y superar el derrotismo para la búsqueda de un arreglo.
En realidad, desde los ochenta se habían dado acercamientos entre ecuatorianos y peruanos para superar el diferendo territorial. Luego de la “guerra del Cenepa”, las negociaciones se aceleraron y en 1998 se firmaron los acuerdos. Nuestro país tuvo que hacer el sacrificio de aceptar la frontera fijada en Río de Janeiro. Pero los resultados fueron muy positivos. Se incrementó el comercio entre los dos países y comenzó a primar la “buena vecindad”. El Ecuador ratificó su vocación amazónica y recibió garantías de comercio en el río Marañón-Amazonas. Se abrieron perspectivas de integración.
El balance de estos veinte años es favorable, aunque algunos compromisos no se cumplieron del todo y el comercio amazónico está en veremos. Hubiera sido terrible, por ejemplo, que afrontáramos el conflicto surgido en la frontera con Colombia mientras se mantenía una amenaza de guerra con el Perú.
La paz con Perú fue posible por la profesionalidad y resistencia de las Fuerzas Armadas, por la actitud correcta de los cancilleres que dirigieron las negociaciones, por el apoyo internacional, pero sobre todo porque se logró crear un consenso dentro del país sobre la necesidad de un arreglo. Superando los traumas, la sociedad ecuatoriana se sintió madura para dar el gran paso. Esa es la mayor lección del proceso.
Ahora, siguiendo ese ejemplo, la sociedad debe construir grandes consensos para enfrentar el futuro. Uno de ellos, sin duda, es el compromiso de institucionalizar el país para superar el autoritarismo y la corrupción.
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