Hace años, don José Ortega y Gasset exploró, con su habitual claridad, la misión de la Universidad, en un libro cuyo título tomo prestado para bautizar esta nota. Ortega propuso el asunto desde una perspectiva distinta, profunda y certera para su tiempo y para el nuestro, porque el debate, desde siempre, se quedó anclado en las visiones cortas, y en las cargas políticas que saturan todos los temas.
¿Cuál es la misión de la Universidad? ¿Tiene alguna tarea, más allá de incorporar bachilleres a dudosos sistemas de profesionalización? ¿Debe ser un cenáculo ideológico, un foco revolucionario, una industria de doctorados y posgrados? ¿Debe pensar o solo diagnosticar, proponer o solo repetir? ¿Debe ser universal, tolerante, liberal, o dogmática, socialista y militante?
1.- La Universidad es
“universalidad”.- Desde que nació, allá en la Edad Media, la Universidad se entendió como un espacio apropiado para pensar, cuestionar y debatir. En el viejo foro de Salamanca se plantearon dudas sobre el derecho de conquista, y sobre los poderes de los reyes, todo ello en el tiempo de la plenitud del absolutismo monárquico. El Renacimiento y el liberalismo político acentuaron después la idea de institución universal e introdujeron el concepto de tolerancia, la ética del respeto al pensamiento ajeno, la tesis de los límites del poder, los fundamentos de la representación, las interrogantes acerca de la obligación de obedecer. Mientras la Inquisición hacía de las suyas fuera de los claustros universitarios, las universidades pensaban, y porque pensaban, fray Luis de León, insigne profesor de Salamanca, pudo decir, al retornar de la cárcel al aula, aquello de “como decíamos ayer”.
La Universidad latinoamericana, con ejemplares excepciones, se politizó, santificó algunos dogmas provenientes de las doctrinas comunistas y renegó de la universalidad. Propició el “pensamiento único”, negó la diversidad y se transformó en foco revolucionario. La tarea ya no era pensar, era imponer, descalificar al adversario, rizar el rizo del absurdo y justificar a los estados totalitarios. La ciencia y la cultura quedaron atrás. Prevalecían las consignas, los estribillos, los enemigos, que, a la vez, paradójicamente, eran compañeros.
2.- La Universidad es élite.- La Universidad es y debe ser élite, dirigencia, pensamiento innovador, selección rigurosa, excelencia. No es, ni puede, ser masificación. La Universidad nunca debió renunciar al compromiso de ser la avanzada que entienda a la sociedad, que la piense, la critique, y que no abdique de aquello de crear núcleos de innovadores con vocación de líderes. La Universidad no puede ser masa, término medio; no puede renunciar al rigor. Debe rescatar el hecho de que las sociedades giran en torno a minorías selectas, y asumir que tiene la tarea moral, cultural e intelectual de conducir, de marcar las rutas, de buscar la verdad.
La Universidad tiene la tarea grande, la misión irrenunciable, de propiciar dirigencias. No debe tenerle temor al concepto de élite conductora. No debe afianzar el concepto de masa, de uniformidad sin crítica, de libre ingreso sin examen, de multitudes invadiendo las aulas y anulando la dura tarea de enseñar. Un mal entendido “democratismo” ha inducido, por cálculo o por miedo, a hacer todo lo contrario, pensando quizá que las lógicas electorales y los sistemas para elegir diputados o concejales, debían aplicarse en la selección de profesores, decanos y rectores y de investigadores. Grave error que pervirtió la excelencia, que endiosó la mediocridad y que inauguró un perverso “populismo académico”.
3.- La Universidad es duda y pensamiento.-La misión de la Universidad es múltiple: investigar, pensar, generar y transmitir cultura y profesionalizar. La Universidad puede y debe ocuparse de la política como ciencia, aterrizarla en el país, generar ideas y dejar que los docentes y los alumnos elijan, en ejercicio de la libertad intelectual, una convicción o una alternativa. La militancia política es tema de las personas, no asunto oficial de la Universidad, que, por ser esencialmente liberal, debe asegurar la tolerancia, la posibilidad de escoger y la tarea de discrepar. La Universidad debe estar marcada por la duda, no por los dogmas, por las discrepancias intelectuales, no por las afirmaciones partidistas.
4.- La Universidad es
excelencia.- Si la tarea está marcada por un irrenunciable elitismo intelectual y moral, la excelencia es la meta en la investigación y en la formación. La mediocridad no cabe en la Universidad, y en ese empeño, los centros de educación superior deben ser intransigentes. Toda condescendencia es mortal. La experiencia de la Universidad ecuatoriana es un doloroso testimonio, que debería servir de lección para enderezar los pasos muy lejos de la masificación y de la politiquería, que orquestaron la casi irreparable tragedia de algunas entidades ilustres, que no merecía esa suerte.
5.- La Universidad es cultura.- La cultura es producto del individuo y resultado de su convivencia. La tarea de la Universidad es entender la cultura, preservar sus valores y propiciar su desarrollo. Cultura son los libros, es la memoria, es la ciencia, son las ideas, las creencias, las costumbres. Es Eugenio Espejo, es Montalvo. La tarea consiste en entender qué es cultura, separarla de las frecuentes contaminaciones políticas que le aquejan, pensar la globalización, abrir las mentes, asumir el pasado sin renunciar a lo propio ni negarse a lo ajeno. La Universidad debe ser un transmisor de cultura y testimonio de autonomía y de libertad.
¿Es posible “esa” Universidad?