Se han multiplicado los defensores del relativismo moral absoluto, es decir, aquellos que niegan que exista alguna, por mínima que sea, base común valorativa. Consideran, por ejemplo, que la idea de unos derechos humanos universales, sustento del nuevo orden internacional luego de la Segunda Guerra Mundial, es una forma de imposición de la perspectiva occidental valorativa.
Afirman que todos los criterios morales son igual de valiosos y acusan a los defensores de la universalidad de los derechos, de etnocentristas e imperialistas.
Los relativistas parten de un supuesto: cada juicio moral se construye en relación al lugar y tiempo concreto, por ello no existe posibilidad alguna de que estos juicios se justifiquen de manera objetiva y sean considerados con validez general; así, no podría juzgarse a práctica cultural alguna ya que todas se encuentran en posición de igualdad y merecen tolerancia. Esto convierte en imposible el establecimiento de regulaciones de carácter universal.
El “Estado Islámico”, EI, con sus actos de crueldad extrema, es un recordatorio de que una posición así no podría ser admitida, que no cualquier forma de vivir es aceptable en nombre de la tolerancia y el pluralismo, que hacerlo sería un retroceso para la humanidad, un revés a los avances éticos que representan esos derechos y su capacidad para crear condiciones mínimas para la coexistencia pacífica de las diferentes culturas y el respeto a las personas.
No reprochar las acciones del EI en nombre del pluralismo o de la lucha contra del imperialismo es una forma de tolerancia insensata frente a un fundamentalismo que ponen en riesgo al conjunto de la humanidad; sin embargo, no toda acción contra EI y sus militantes puede ser admitida, estas deben hacerse en el marco de los derechos humanos que los seguidores de Abu Bakr al-Baghdadi desprecian, recordando que millones de musulmanes rechazan estas formas de fanatismo religioso.
Esta clase de sucesos reafirman la importancia que tiene para la existencia de una sociedad democrática y la vigencia de los derechos el reconocimiento de que cada persona debe ser respetada; como nos recuerda el filósofo Ernesto Garzón Valdez, las más graves violaciones a los derechos se han ejecutado por quienes sostienen la “primacía de los bienes colectivos o de un bien común superior al de los individuos que integran una sociedad”.
Existen abundantes evidencias del riesgo que implica para los derechos el negar la importancia de cada ser humano en nombre de ciertos fines colectivos, un gran ejemplo es el Manual de los inquisidores de 1320: “Hay que recordar que la finalidad primera del proceso y de la condena a muerte no es salvar el alma del acusado, sino procurar el bien público y aterrorizar al pueblo (ut alii terrantur). Ya que el bien público debe situarse por encima de cualquier consideración caritativa por el bien de un solo individuo”.
@farithsimon