Farith Simon

La tesis de Diana

La acusación de plagio académico, en realidad de múltiples plagios, contra la Fiscal Diana Salazar, ha desatado una intensa campaña en su contra. Sus acusadores sostienen que alguien que ha plagiado su tesis debe ser retirado del cargo y, como antecedente, señalan lo sucedido con dos vocales del Tribunal Contencioso Electoral en la época del Consejo de Participación Ciudadana de Transición. Hay muchas diferencias en las circunstancias normativas e institucionales de ese caso y la acusación actual a la Fiscal; no obstante, diferencias al margen, el fraude académico es grave en muchas dimensiones.

Hay varias formas de deshonestidad académica, además de la apropiación de ideas de otro sin citarlo: copiar o dejar copiar las respuestas en un examen o un trabajo; usar “ayudas” o material no autorizado en un examen o evaluación; presentar un examen por otro; aparecer como autor de un trabajo grupal sin haber participado en su elaboración, etc.; además de otras trampas que se presentan en el mundo académico.

La apropiación de ideas de otro es una práctica extendida, no por ello deja de ser grave, incluso en un contexto donde la deshonestidad en sus múltiples dimensiones parece ser tolerada.

El engaño es la base del reproche a un plagiador; mentir sobre su creación hace que se desconfíe de esa persona y de su trabajo. No es un tema menor obtener un título con base en la mentira: descalifica a quien lo hizo; pero es necesario demostrar la falta porque es una acusación grave que conlleva -en muchos países- la separación del cargo del responsable.

No puedo sostener la inocencia o culpabilidad de Diana Salazar en el plagio, no he visto su trabajo completo. Ella tiene derecho a defenderse y a que se examine de forma independiente su tesis. Lo que me indigna es la doble moral, porque muchos que antes defendieron a un exvicepresidente a quien se demostró que una parte relevante de su trabajo no tenía citas y que era copia y pega del internet, ahora se desgañitan hablando de honestidad.

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