En educación pasan cosas importantes. Unas buenas otras malas. Negarlo es una tontería. Las reformas que se impulsan podrían quedarse mucho tiempo. Algunas, cuestionables, incidirían en la formación y destino de una o más generaciones y sentarían las bases de una sociedad controlada y dirigida por tecnócratas privilegiados escogidos por el modelo meritocrático que cabalga en las evaluaciones estandarizadas.
Varias medidas de la Senescyt combaten aspectos de un pasado ineficiente y corrupto. Son demostraciones de decisión, fuerza política y espectacularidad que logran legitimidad y respaldo social. Son audaces sacudones que dejan perplejos a los actores educativos, especialmente a los estudiantes. Todos ellos por desconcierto, temor o falta de ideas ven desde la vereda pasar los procesos.
Pero, ver pasar la historia es irresponsable. Hay que respaldar algunas políticas que desmontan el pasado nefasto, pero también hay que criticar constructivamente varias iniciativas del modelo reemplazante.
Las pocas voces que han reaccionado a lo “nuevo” han concentrado su atención en las evaluaciones estandarizadas. Han hecho notar, según experiencias de otros países, que si bien pueden ser útiles mecanismos de evaluación masiva, rápida y de bajo costo, son ineficientes para medir los logros del sistema educativo o para evidenciar las capacidades o competencias de los estudiantes que desean acceder a la universidad.
La necesidad política y económica de corrección rápida de cientos de miles de exámenes obliga a que sean elaborados a través de preguntas con respuestas múltiples. A través de tal metodología reduccionista no se pueden medir todas las habilidades aprendidas, dado que no todas las habilidades son cuantificables. Por otra parte, las respuestas múltiples no permiten que los estudiantes respondan las diversas perspectivas sobre un aspecto o fenómeno de la realidad, inhibiendo la expresión del sentido integral y crítico. De esta manera, con este tipo de ejercicio “gana” nuevamente el “memorismo”, en perjuicio de las competencias reflexivas y del pensamiento crítico.
Desde otro ángulo, las pruebas estandarizadas reducen el rol del docente. Desarrollar las capacidades de los estudiantes demanda de un altísimo compromiso y creatividad del profesor. Con las pruebas estandarizadas se reduce el foco de los aprendizajes, restringiéndose la labor del maestro a un hecho instrumental de preparación para el examen. El proceso de enseñanza-aprendizaje y la labor docente se empobrecen.
Luego del esfuerzo social y del enorme desgaste emocional de los estudiantes examinados por las pruebas estandarizadas se obtiene el refuerzo del viejo modelo pedagógico autoritario y memorista. Así, la ‘nueva’ sociedad sería moldeada y controlada por tecnócratas sin mayor criterio. ¡Qué futuro!