La cultura afroecuatoriana enriquece enormemente al país, ¿qué duda cabe? Su preservación, su impulso es una gran victoria, digna de conquistarse. Gracias a su presencia nuestro país se vuelve más profundo, más ancho, se conecta con geografías lejanas, con el Congo, con Adís Abeba… y con Cabo Verde.
En nuestra vida cotidiana, en la rutina de la vida nacional, no suele estar presente la historia de Alonso de Illescas. Pero si estuviéramos en otras latitudes, ya hubieran aparecido mil películas al respecto.
Cabo Verde es uno de los países más pequeños. Consiste en un archipiélago cuya superficie es apenas 1.5% de nuestro territorio. Su población actual no llega al medio millón de habitantes. Allí entre 1525 y 1530 nació “Enrique”.
Siendo un niño fue negociado por un barril de ron. Así se convirtió en un esclavo. Se lo envió a Sevilla, a la casa de un tal Alonso Illescas, y así su nombre se convirtió en Alonso de Illescas. Unos años más tarde, en servidumbre, Alonso se encontraba viajando desde Panamá a Perú. Su barco naufragó en Portete, y en 1553 pisa la provincia de Esmeraldas.
Por sus acciones posteriores se lo declarará héroe nacional en 1977. Sobre su liderazgo se articuló el “Reino de los Zambos”. ¿Un hombre bueno? Claramente no se puede juzgar desde esta lejanía temporal y desde cánones éticos diferentes. Jacinto Jijón y Caamaño narra el hecho de un asesinato cometido a traición por Alonso contra otro cacique local para ganar hegemonía. Casó a una de sus hijas con otro cacique local, líder de los mangache. A otra de sus hijas la casó con uno de los soldados españoles que fueron enviados para someterle. Todo debatible. Otros tiempos.
Pero independientemente de esas consideraciones, hay un elemento de esta figura que admiro sin casi matices. Su insumisión. Su tesón para mantener su libertad. Es un orgullo y una insumisión que miro en la actual comunidad afroecuatoriana, y que me emociona hasta el tuétano.