A los políticos les encanta regalar plata. Son felices haciéndolo y mirando la cara de alegría de quienes reciben el regalo. Sus egos se inflan cuando un ciudadano común les dice “gracias” y sus conciencias se lavan mientras sienten que están haciendo el bien en este mundo.
Paralelamente, saben que al regalar plata están beneficiando a su futura campaña electoral, sea cual sea.
El problema es que, para regalar plata, hay que conseguirla, pero conseguir plata es políticamente costoso porque hay que hacer cosas tan impopulares como cobrar impuestos. Por eso es que a muchos políticos les encanta endeudarse para conseguir plata que luego pueden regalar.
Claro que los que se endeudan no son ellos, sino el gobierno, o sea, endeudan a la próxima generación, pero lo relevante es regalar plata hoy, ya verán cómo se paga algún día.
Pero lo de contratar deuda sólo lo puede hacer el poder Ejecutivo, porque nadie más puede endeudar al país. Y a veces el país está tan endeudado que ya no hay cómo contratar más créditos. Y a veces, en algo muy triste para un político, no tienen control del Ejecutivo y no hay manera de endeudarse.
Eso les pasa a los asambleístas, que no manejan presupuestos, pero sueñan regalar plata. Y dentro de los diputados hay un grupo especialmente sufrido: los que fueron parte del gobierno, pero que ya no lo son y que alguna vez se acostumbraron a regalar dinero.
La solución para reducir el sufrimiento de estos legisladores es proponer leyes que les den la apariencia de regalar dinero, aunque en la práctica lo que están haciendo es quitarles a unos ciudadanos para darles a otros.
En esta categoría cae la propuesta de la vicepresidenta de la Asamblea, Viviana Bonilla, con la cual quiere regular el costo de las maestrías universitarias.
Regular precios es una de las herramientas más comunes del populismo, porque con eso se da la apariencia de que el político “regulador” tiene un profundo cariño por el ciudadano y “que los productores vean cómo hacen para cobrar menos, igual, ya ganan bastante” o algún razonamiento similar.
El problema es que bajar precios por ley no logra otra cosa que incentivar a los productores a producir menos (clase # 3 del primer curso básico de economía), o sea, con una norma así habrá menos número de maestrías en el Ecuador y habrá más ecuatorianos tomando maestrías on-line, afuera.
Pero la señora Bonilla habrá aportado a su popularidad y a su próxima campaña, con plata ajena, demostrando su enorme “compromiso social”, a pesar de que los supuestos beneficiados de su propuesta no son los realmente pobres que ni siquiera terminaron el colegio sino graduados universitarios que quieren seguir estudiando.
Supuestos beneficiarios, pero seguros perdedores.