Uno de los efectos colaterales que dejó la conferencia Hábitat III fue la constatación de que los residentes de Quito necesitaban ‘algo’ para regresar al Centro Histórico. La Fiesta de la Luz fue un imán poderoso que, según las cifras de los organizadores, atrajo a medio millón y medio de personas en cuatro días, quienes caminaron por las calles de ese sector admirando la hermosa propuesta visual de los artistas franceses y ecuatorianos.
La rutina, la movilidad cada vez más oxidada, la falta de parqueaderos y algunas excusas que fomentan la pereza han generado que los quiteños se desentiendan un poco del Centro. De hecho, es la única zona de la capital que pierde habitantes en lugar de aumentarlos, quizás porque se hace difícil sostener las edificaciones patrimoniales para una familia, quizás porque poco a poco están regresando los informales producto de la crisis y un control laxo. También es evidente que hay partes olorosas, triste constatación de que persiste la pésima costumbre de confundir paredes con urinarios. Por eso, hasta daba algo de vergüenza hacer de guía a los amigos de otros lugares.
El Festival de la Luz fue una oportunidad para un reencuentro, para rever lo mejor del Centro a pesar de los defectos, para maravillarse con la arquitectura y con esa energía única que transmite una zona irrepetible, con tantos museos que es imposible recorrerlos todos en una jornada, con tantos buenos restaurantes que uno desearía tener más barriga y más dinero para paladearlo todo, con tantas maravillas que no pueden ser descubiertas en una caminata.
Lo de Hábitat fue, por supuesto, excepcional por su magnitud. Pero una vez que pasó este tsunami, es momento de que los ciudadanos se planteen la necesidad de apropiarse del Centro, pero de verdad. De velar para que no regresen los desaprensivos grafitis, la inseguridad ni las ventas en las veredas. Para que los asistentes a los eventos culturales o masivos se sientan seguros y bien servidos. Para regresar al Centro que tanto amamos.