Pum, pun y bum son onomatopeyas: imitan sonidos; llevan definiciones iguales, aunque sus términos se alternen levemente: ‘Imitan el ruido de un golpe o de una explosión’ ‘de una explosión y un golpe’. Pero surgió ¡boom! que quiso traducirse a ‘bum’ y no pudo. Anduvo ‘bum’ por el diccionario de dudas, pero no llegó al DLE: quedémonos tranquilos. Sí está ‘boom’, con su ‘u’ de dos oes y, además, en inglés, y con definición decisiva, inarrugable: ‘Éxito o auge repentino de algo, especialmente de un libro’: ‘El boom de la novela hispanoamericana’: ¡esos años 60 con Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa! Ellos ‘inventaron’ el boom que incluye, ¡cómo no!, a Rulfo, a Sábato, a Carpentier, ¡a Borges!…
El miércoles presentamos en Rayuela, -librería encantadora que es como un juego más-, ‘Rayuela’, de Cortázar, la última de entre las Ediciones Conmemorativas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua: libro-juego, libro-pregunta, novedad genial cuya relectura no terminará: su texto nos desafía con una primera adivinanza: ¿cuáles fueron el 1er. capítulo, el 2do., el último que escribió Cortázar hasta entregarnos esta Rayuela infinita? ¿Lo sabe usted? Completan el volumen ‘diversos estudios monográficos y ensayos, una bibliografía esencial y un índice onomástico’, dice su presentación. Los ‘breves ensayos’ que preceden a Rayuela son declaraciones de profundo afecto y sutil inteligencia sobre la personalidad y la obra de Cortázar, escritas por las plumas mayores de García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Sergio Ramírez. Luego del despliegue de Rayuela se reproduce en maravilloso facsímil el ‘Cuaderno de bitácora’, con su transcripción. La edición culmina con estudios críticos de Julio Ortega, Andrés Amorós, Eduardo Ángel Romano, Graciela Montaldo y María Alejandra Atadía. La presentaron en Quito los académicos Diego Araujo y Carlos Arcos.
Y yo quiero reivindicar a la Maga como la inventora del juego mayor del juego de ‘Rayuela’, el glíglico: Así se dirige a Oliveira: ‘-¿No querés que te siga contando de Ossip? –dijo la Maga. En glíglico. –Me aburre mucho el glíglico, discurre Oliveira. Además, vos no tenés imaginación, siempre decís las mismas cosas, la gunfia, vaya novedad. Y no se dice ‘contando de’… -El glíglico lo inventé yo, dijo resentida la Maga-. -Vos soltás cualquier cosa y te lucís, pero no es ese el verdadero glíglico…’.
En estos tiempos de reivindicación de la mujer, había que recordarlo: no Oliveira, sino la Maga inventó el glíglico, lengua clandestina y frutal, creada para esa comunicación íntima entre todo lo íntimo, que, sin embargo ‘aburre’ al celoso Oliveira, al libérrimo Oliveira que no puede soportar, como el mismo Cortázar, la risa propia ni la risa ajena, la pena, la soledad ni la compañía, la insoportable, bella y melancólica suerte de existir en París, en Buenos Aires o en Quito: la pura y glíglica suerte de existir. Y ‘ni pum’ más. Averígüenlo Vargas o usted, en el DLE.