Todo le ha servido para su arte. Mitos, leyendas, tradiciones, relatos que su abuela Isolina le contaba día y noche; la vasta desolación del campo (el campo todo expande, la ciudad todo encoge), la gente de su entorno; los sonidos de la noche. Elementos que labraron el diseño profundo de Jorge Porras (1968).
Fabulario: repertorio de fábulas; sueños, ensoñaciones, memoria, tiempo que retorna, trasiego de vivencias, merodean y subyugan su creación. Sus series más significativas “La máquina de los deseos”, “Después del sueño”, “El oculto deseo de la luz”, “Faunus pasional”, “El taumaturgo”… Desde sus primeras muestras exhibe personajes en ambientes grávidos de símbolos extraños que aluden tiempos por venir: arquitecturas, bestiarios, fantasías.
Espíritu chocarrero, Porras va de un lado a otro, estudiando, escudriñando, ensayando, meditando. El Medievo, el Renacimiento, el gótico… Calvino, Eco, Yourcenar, Proust, Borges, los clásicos, han enriquecido su oficio. Trabajó con brea. Deslizada con crayón en cartulina la brea se desvanecía. Echó mano de otros soportes, ninguno le ofrecía lo esperado. Dio con la madera. En fondo blanco-brea bocetó, iluminó y recubrió con negro-óleo. Ejecuciones que hicieron época. Porras es austero y silencioso. La verdad de un artista es lo que calla y hace.
Luego el jolgorio de colores. Cromáticas fascinantes que encandilan y ofuscan. (Un crítico europeo le endosó identidad antillana). Geografías, ciudades, máquinas, diosas, dioses, sabios, guerreros, bufones… Enigma y sortilegio. Códigos arcanos.
“Sueño adentro”: su rostro oculto; el sueño del sueño; la región donde nos hallamos con los ya idos, los irrecuperables, los muertos. El artista de pie sobre la cuerda fugitiva de la vida. Caballeros medievales, monjes benedictinos, guerreros antiguos, ufanos, muertos, resucitados. Juego. Retozo y reto al espectador. Mapas que remiten a edades sepultadas. Obras que son una, en cuyo corazón se escuchan cantos gregorianos.