Los encuestadores, nuevamente, han fracasado. Tanto los serios y profesionales (que son pocos), como los otros, la mayoría, los mercenarios, que acomodan la realidad, a quien más les paga.
El dato más reciente viene de Argentina. Todas las encuestas y versiones políticas, sobre todo las que llegaban de la Casa Rosada, residencia de la presidenta Cristina Kirchner, daban cuenta de un triunfo contundente del candidato oficial.
Hasta el último momento la gigantesca maquinaria de propaganda kirchnerista habló de una aplastante diferencia a favor de su candidato a la Presidencia, Daniel Scioli. Iba a ser elegido en primera vuelta, con más del 45% de votantes, o con 40% y con 10 puntos de diferencia sobre el inmediato seguidor.
Sin embargo, esas fabulosas predicciones se dieron contra el planeta. El domingo pasado, día de las elecciones presidenciales en Argentina, Scioli, logró 36,8% y, el segundo en la competencia, Macri, obtuvo un 34,3%. Un virtual empate técnico. Con esto, el candidato Scioli pasó del triunfalismo a la depresión, a transitar, en las próximas semanas, por el tobogán hacia una probable derrota.
¿Qué pasó con las famosas encuestas, sin las cuales se paralizan los políticos de hoy?
Varias lecturas. Respecto a las encuestas de los mercenarios, no hay que preocuparse. Dicen lo que quieren oír sus contratantes. Por lo general, sus productos son mentiras. Son elaboraciones no solo para glorificar a sus patrones, colocarlos primero en alguna competencia, decir que son superpopulares y queridos…; sino también para que las maquinarias propagandísticas, con estos datos, construyan realidades ficticias, a ser inoculadas en el consciente e inconsciente colectivo. Este es el Estado de propaganda, que vivimos en América Latina.
De esta manera, las encuestas se transforman en instrumentos políticos, muchas veces eficaces para ocultar la realidad o crear verdades a tono con el poder. En los procesos electorales sirven para inducir el voto, para convencer a los indecisos que ya existe un triunfador, al que se apoya para “no desperdiciar” la boleta. Sin embargo, si la gente no se come cuento, como a veces sucede, tales ficciones, se caen a pedazos, como en el reciente caso argentino.
Respecto a las elaboradas por encuestadores serios, su fracaso se debería, a que los argentinos temen decir su verdad a cualquier extraño. Tienen miedo, como los ecuatorianos, por lo que se reservan para sí, para su intimidad, sus pensamientos políticos. Pero, frente a la urna, donde nadie les ve ni les juzga, sacan a flote sus genuinas visiones y deseos.
En el Estado de propaganda, la gente ha aprendido a resistir, a defenderse y a luchar. Se derrumba el “Socialismo del siglo XXI”, por sus errores y por decisión de las masas hartas de la corrupción y del autoritarismo.