Si bien es cierto que, en sus inicios, el periodismo fue un oficio ejercido únicamente por hombres, dado que la vida de sus ejecutantes estaba marcada por la pobreza, la bohemia y los ‘placeres masculinos’, también es verdad que las mujeres fueron las pioneras del periodismo de inmersión, mediante métodos de observación encubierta e investigación participante, que emprendieron de manera intuitiva.
En 1887, Nellie Bly –cuyo nombre de pila era Elizabeth Jane Cochran–, decidida a ser tomada en serio como periodista, consiguió trabajo con Joseph Pulitzer, en el New York World. La primera nota que le asignó fue sobre el psiquiátrico ‘Blackwell’s Island’. Bly decidió ingresar allí como paciente y de esa experiencia nació el reportaje ‘Diez días en el manicomio’, reconocido como el primer trabajo del periodismo de inmersión, precursor del actual periodismo de investigación.
El reportaje llamó la atención del gobierno sobre el maltrato a los enfermos mentales, llevó a investigaciones oficiales y a la asignación de mayor presupuesto para esos sanatorios. Posteriormente, Bly realizó otros trabajos de periodismo encubierto de gran impacto, sobre la pobreza, la vivienda y las condiciones laborales en Nueva York.
En América Latina, casi medio siglo más tarde, exactamente en 1941, Gregorio Ortega, director de la revista mexicana ‘Así’, propuso a Elena Garro –cuya obra literaria se considera precursora del realismo mágico, aunque nunca le gustó esa identificación– que se internara en una cárcel para menores de edad. Relató lo vivido en “Mujeres perdidas. Reformatorio de señoritas”, donde con gran sensibilidad describe la forma en las niñas eran primero engañadas y entregadas al vicio, para luego terminar perdiendo su libertad que era, ‘ante todo, perder la capacidad de elección’, según asegura en el reportaje. También Garro se dedicó al periodismo de inmersión y su mayor aporte es una serie de reportajes sobre las masacres de campesinos en Ahuatepec, en 1959.