Me uno el grito de miles de ciudadanos que a lo largo y ancho del Ecuador gritan: “PAZ”. Siento un gran dolor ante la violencia, las muertes, los destrozos, la paralización del país en momentos en los que todos deberíamos de aunar nuestros esfuerzos para afrontar la crisis económica que nos oprime. Mi dolor trasciende estos días caóticos. Me duele (desde siempre) la pobreza, la miseria, el abandono, la inequidad, la falta de oportunidades, la corrupción, la indiferencia de las élites y la pobre capacidad de respuesta de nuestros gobernantes. Pasan los años y el ciclo de las protestas se repite como un mantra.
Podemos discutir el valor de las gasolinas hasta el infinito, subir y bajar, bajar y subir. Pero, atentos al caos en el que vivimos, tendríamos que preguntarnos el porqué de tanto desastre, qué es lo que provoca, una vez más, el estallido de las comunidades rurales e indígenas más pobres. Y creo yo que sólo hay una respuesta: la pobreza y la inequidad. Repito: la POBREZA y la INEQUIDAD. Algo que he contemplado hasta la saciedad en mi querido Riobamba. Después hay otros aderezos que todo lo complican: la sombra del correismo sobrevolando la crisis, el propio Correa impulsando la revocación del presidente Lasso, el vandalismo de los movimientos radicales de izquierda y antisistema y hasta la propia división del movimiento indígena.
En el fondo de la cuestión están la miseria y esta distancia infinita entre el mundo indígena y el mundo blanco-mestizo, entre el pueblo humilde que araña los centavitos y las élites despistadas. Las protestas son como un espejo de las frustraciones del pueblo y de nuestra incapacidad para construir un país desarrollado, democrático y equitativo.
Cualquier cosa que hagamos siempre será sobre el cimiento de la paz y del diálogo. Construir país no es dar rienda suelta al populismo reaccionario ni a los instintos destructivos, es crear democracia, justicia y equidad. Lo contrario nos llevará a barrer otra vez las basuras y a esperar el siguiente estallido.
Dios nos asista, aunque de tonto no tenga un pelo. Él sabe que los deberes los tenemos que hacer nosotros.