Camina como pato, grazna como pato y nada como pato: es un pato. Facilitaron la entrada en vigor de la reforma tributaria, diputados del gobierno aprobaron la amnistía que liberó a varios capitostes del correísmo, se nombró ministro de gobierno a un subsecretario y gobernador de Correa, se concedió la libertad a Glas en un confuso hábeas corpus llevado a cabo ante un juez de pueblo en que los delegados del gobierno guardaron vergonzoso silencio, la ley que regula el aborto por violación entró en vigencia con las objeciones presidenciales a 60 de los 63 artículos del documento: hay un pacto.
Y, desde luego, quisiera estar equivocado y que no existiese el pacto. Pero tantas coincidencias no se dan en el campo político y sería caer en la ingenuidad de una monja de claustro, creer que lo que el país ha mirado absorto en estos últimos días han sido meras coincidencias. Porque el pacto Lasso – Correa sería el principio del fin de la república.
Significaría abrir de par en par la puerta para que la mafia que gobernó al país por más de 10 años regrese al poder para seguir esquilmando a la nación, arrase con el derecho de los ciudadanos a una vida digna y libre, se entronice para siempre en Carondelet y sume al Ecuador al desastre de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Cuando se llega al poder -expresó el capo en Honduras- no se lo debe dejar. En Ecuador se lo perdió por la traición de Moreno, pero eso no volverá a pasar.
Hay que recordarle al presidente que los votos que le dieron el triunfo en la segunda vuelta no fueron para él, sino para evitar que vuelva Correa tras la pantalla de Arauz. Por tanto, un acuerdo con las hordas de Alianza Pais, UNES, o cualquier otro nombre del grupo que descuageringó a la nación, sería la peor traición a la ciudadanía. Podría generar un desengaño masivo que desestabilice al gobierno, al grito de “que se vayan todos”. Los hechos y no los discursos demostrarán que no existen pactos.