Desde el fin de los setenta se robustecieron las estructuras partidarias, pero se profundizó el divorcio del sistema político y la sociedad.
Se redujo la representatividad de las instituciones. El enfrentamiento Congreso-Ejecutivo limitó sus competencias. Pero mantuvo el acuerdo de efectivo co-gobierno de la derecha y los llamados partidos de “centro”. Este acuerdo se denominó “febresborjismo”. Mientras más se ha regulado a los partidos políticos mayor ha sido la brecha de representatividad entre ellos y la sociedad. No se ha consolidado la vigencia de la democracia participativa y la ciudadanía como base de la vida pública.
En varios ámbitos, sobre todo en los medios de comunicación se repite que la responsable de este divorcio es la “partidocracia”, o sea todo el sistema político. Lo mismo repitieron los propulsores del “Movimiento País”. Pero la verdad es que quienes han dirigido el poder político son los que los especialistas llaman “partidos de estado”. Estos son el Partido Socialcristiano, y la Izquierda Democrática, a los que se suman la Democracia Popular- Unión Demócrata Cristiana y otras fuerzas. Esos partidos son aparatos políticos asentados en redes de clientela, con intereses fundamentalmente burocráticos, pero en su acción parlamentaria y de administración han representado al gran poder económico y han mantenido un cuasi monopolio de la representación, mediante el manejo del sistema electoral.
Las organizaciones políticas de izquierda no han sido parte de la “partidocracia”.
Limitada presencia parlamentaria o cortas alianzas con los regímenes pasados pueden ser consideradas como errores o fallas de la dirigencia.
Lo que puede decirse de la izquierda es que, en buena parte debido a su crónica división, no ha logrado plantear una línea propia y se ha enredado en las disputas parlamentarias de los partidos de estado.
Frente a la “partidocracia”, han surgido múltiples formas de expresión política, como movimientos de carácter étnico, regional, de ciudadanos, que han intentado remplazar a los partidos de estado. Los llamados “movimientos políticos” y las nuevas organizaciones “ciudadanas” han mantenido los mismos mecanismos de clientela de la vieja “partidocracia”, y no han logrado representatividad real siquiera igual a ella. Han surgido ciertas formas de ruptura como la que derrocó al presidente Lucio Gutiérrez, cuando irrumpieron sectores medios radicalizados más bien de tendencia de derecha, que querían demoler el sistema político como única solución, sin tener una alternativa para reemplazarlo.
Después de la última elección, el Movimiento País y las otras fuerzas políticas siguen denostando a la partidocracia perversa, pero no parece que dejarán de ser movimientos electorales asentados fundamentalmente en clientelas, sin voluntad de constituirse en fuerzas que expresen a los movimientos.