Los episodios extraordinarios -como el paro nacional- vuelven más evidentes nuestros modelos de comportamiento, la cultura política que nos anima. Pautas de conducta que nos definen. Con variantes, se expresan en todos los niveles.
El olvido es nuestra carta de presentación. Los hechos -incluso los estremecedores- se esfuman pronto al ritmo de los medios. Apenas los procesamos y son casi nulos los aprendizajes que extraemos.
La queja y la culpa nos identifican. Frente a los acontecimientos nos domina la pasividad. Un lamento que no se traduce en acción. Culpar al otro completa esta adicción. Una manera elegante de sacar el cuerpo.
El rumor y la información oficial -pública y privada- nos envuelven. No hay visión crítica. Nos tragamos todo, datos de paja y de mentiras interesadas. El chisme y la especulación sustentan nuestros conocimientos. No se exige más. No se desafía nada.
El “yo si dije” también nos perfila. Todos somos estrategas luego del desbarajuste. Todos profetas del pasado. La simplificación se impone. El tener siempre la razón se fortalece. El aprendizaje de otras miradas se desperdicia.
El vacío de propuesta es nuestra lacra. Llegamos apenas a los diagnósticos y análisis despiadados. Los vacíos en propuestas significativas y viables son congénitos. No asumimos riesgos. Nos protegemos antes de saltar.
Estos conductas no son casuales ni superficiales. Se han configurado en años. Tampoco son inútiles; contribuyen a que la existencia sea más llevadera, con menos sufrimiento y desilusión.
La pedagogía de estos días ha alimentado nuestros peores patrones de conducta. Hoy somos más “quejudos”, culpabilizadores y desinformados. Pero estos modelos también pueden cambiar. El conocimiento integral es un antídoto. Por eso, las graves denuncias levantadas estos días – crimen de lesa humanidad, narcopolítica, guerrillas urbanas, hackeo en Asamblea- deben investigarse a fondo. Se aclararán hechos e implicados. Y se removerá un poco nuestras conductas indeseables.