No se trató solo de un pequeño fiasco, de un pasajero disparate, ni de un error, sino de un verdadero papelón. Como lo dice el diccionario, “Dícese de la persona ostentosa, que quiere aparentar lo que no es; del escrito que se desprecia por cualquier motivo”.
Por ejemplo, todos nos hemos enterado del “papelón” en el que incurrió Juan Carlos I, el rey de España, cuando apareció en una fotografía, dedicado a la cacería de elefantes en uno de los países más pobres de África, y después de haber gastado la bicoca de USD 70 mil, al mismo tiempo que sus propios súbditos tienen que apretarse los cinturones hasta la desesperación para enfrentar a la crisis y el desempleo.
Claro que guardando las debidas diferencias con nuestra política parroquiana y de campanario, lo cierto es que aquí también se han multiplicado los ejemplos ‘papelónicos’ . Entre ellos no cabe incluir por supuesto al caso de la valija diplomática que llegó con 40 kilos de droga hasta Milán, ya que el asunto es aún de mucha mayor trascendencia, pues está comprometiendo el propio honor nacional y sin embargo hasta ahora – 4 meses después – todavía no hay explicación adecuada, ni se ha sancionado a culpable alguno de tan misterioso “affaire”. Pero en cambio sí podrían mencionarse otros ejemplos inquietantes, antes de que se evaporen en el olvido, al faltante descubierto dentro de la dependencia a la que toca el control de las sustancias psicotrópicas; a la desairadísima expulsión del aparato burocrático, del que fuera Gobernador del Guayas – vale recordar que con frecuencia a sus titulares solía calificárseles como los segundos presidentes de la República, para destacar su importancia –; a las denuncias de extorsión en las Comisarías del Puerto Principal; a las airadas discusiones por el tema de quiénes combatieron cuando la guerra del Cenepa y salvaron la integridad territorial de nuestro país, agredido por Fujimori y las tropas peruanas.
Sin embargo de esta desazonante nómina de pesadilla, es muy probable que el primer puesto se haya ganado el Presidente de la Asamblea, señor Cordero, con su mediocre respuesta al Presidente de la República, a propósito de que este último se quejara de los “exhortos” que le envía el Parlamento y pidiera que sus integrantes trabajaran más y viajaran menos.
Aparentemente el señor Cordero confundió aquello que significa una respuesta institucional en cuanto personero de una función del Estado y produjo solo una contestación endeble que no se parapeta como debía haberlo hecho, tras las normas de la misma Constitución de Montecristi, aprobada por bastantes de aquéllos sumisos parlamentarios. “No me pelearé ni con Correa ni con Patiño”, le dijo a un periodista que le entrevistaba; tibiamente agregó que el Primer Mandatario se equivoca en los juicios acerca de la Asamblea y con cortesía le invitó a conocer la verdad.