No, no me refiero al filme de Meirelles, que aún no he visto; me refiero a la insólita situación de una monarquía con dos reyes. Tal es, en efecto, la situación en que el Papa Benedicto ha puesto a la Iglesia al exhortar públicamente al Papa Francisco a tomar una decisión en defensa del celibato sacerdotal.
Cuando renunció Benedicto, las altas jerarquías vaticanas convocaron un concilio que en brevísimo tiempo eligió al cardenal Bergoglio como sucesor. Con el nombre de Francisco, el nuevo Papa ha gobernado la Iglesia desde entonces, todos hemos entendido que lo ha hecho con plenos poderes, mientras su antecesor se recluía en un monasterio para meditar en lo que le queda de vida.
No obstante, los medios de todo el mundo nos han dejado perplejos al informar que Benedicto, el renunciante, ha escrito un libro con la ayuda de un cardenal (lo cual todavía parece laudable) pero ha incluido entre sus páginas una exhortación dirigida a Francisco, el sucesor, a quien le pide no ceder en el tema del celibato.
Entonces uno se pregunta qué está pasando en la Iglesia. Además de los escándalos de pedofilia que han conmovido a todos los fieles, llevándoles a dudar de la validez de un sacerdocio que se revela peligrosamente inclinado hacia las más abominables prácticas sexuales; además de los turbios manejos bancarios, de los que poco se sabe, ahora reaparece un ex que no tiene escrúpulos para intervenir públicamente en el trabajo de su sucesor, usando poderes a los que ya había renunciado.
¿Qué hará Francisco? Podría declararse de acuerdo con su antecesor, y agradecerle por reforzar la tendencia conservadora. O podría dirigirse a Benedicto y decirle, con todas las cortesías y suavidades del caso, que su renuncia ya le privó del derecho a intervenir. O podría anunciar urbi et orbi que está a favor de la supresión paulatina del celibato…
Lo notable es que, en cualquiera de estas hipótesis, los católicos del mundo se dividirán en tendencias diferentes. Unos apoyarán a Benedicto; otros optarán por las reformas y presionarán a Francisco. Unos encontrarán natural que el Papa Emérito intervenga en las decisiones del Papa en ejercicio; otros, desconcertados, pensarán que la Iglesia ya no es lo que era, echarán de menos su palabra sobre las desigualdades que se acrecientan en el mundo o sobre la necesidad de la sensatez para la paz, y se apartarán de su influencia.
Si no fuera por lo que traen escondido estas disimuladas rencillas eclesiales, las tomaría solo como un espectáculo jocoso. Pienso, no obstante, que también en esto se ve la descomposición en que se encuentra el mundo en nuestro tiempo.
Entre los locos que buscan la guerra para afianzar su poder y las instituciones que se resquebrajan o naufragan, una triste humanidad que ha perdido su rumbo parece chapotear en el pantano de la desesperanza.