En las horas muertas del pasado y largo feriado, entre novenas y misas virtuales, confinamientos y toques de queda, he visto una miniserie en Netflix que me ha encantado: “Poco ortodoxa”, basada en el libro “Unortthodox” de Deborah Feldman, dirigida por Anna Winger y Alexa Karolinski. He disfrutado viendo la lucha de Esty, su joven y frágil protagonista, por liberarse de un ambiente opresor, esclavo de tradiciones y de ortodoxias que recuerdan la advertencia de Jesús: “No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre”. Absolutizar el sábado, la ley, la tierra y el mismísimo templo, quitando a las personas su conciencia y su libertad, no es más que una manipulación de la religión y un abuso de la condición humana y de la imagen de Dios. A Dios sólo se le puede amar y adorar en libertad y de forma feliz. En la serie el tema que se cuestiona no es el feminismo, aunque, de alguna manera, esté presente en toda la película. El problema es otro y mucho más profundo: se trata de la dignidad de las personas que, mal que nos pese o nos afecte, necesitan hacer su camino de liberación y de encuentro.
Casi desde el principio de la historia, la jovencísima esposa, deudora de un torpe marido, de una torpe suegra, de una torpísima sexualidad, pero, sobre todo, de un sistema de vida agobiante, siente la necesidad de romper las reglas, de hacer la maleta y respirar otro aire y otra vida. La colonia judía de Nueva York es el contrapié del Berlín liberal y cosmopolita, el nuevo mundo en el que Esty encontrará refugio en torno a un grupo de músicos, a cada cual más original: el descubrimiento de la amistad, del amor, de la lealtad, de la propia identidad. Todos (madre, marido, familia, música y amigos, mentiras, verdades y oportunidades) convergen en Berlín y cada uno, recuperando su pasado, tendrá que hacer frente a su propia verdad.
El choque de culturas, un signo de nuestro tiempo, es dramático y, a la vez, espléndido. Pero, sobre su mundo plástico y axiológico, prevalece la aventura de cada cual por hacer fecunda su vida, más allá de un matrimonio apañado y de una maternidad impuesta. Así es el papel de la protagonista: dramático y espléndido, capaz de captar la benevolencia del espectador.
Película llena de personajes, conflictos y matices, me causó especial ternura la figura del marido, el muy ortodoxo Yanky Saphiro, criado desde el útero materno en el más estricto jasidismo, incapaz de cuestionar la más mínima de sus reglas. También él, en un Berlín que le desborda por los cuatro costados, encontrará su propia verdad y comprenderá que el amor es más importante que la ley. Uno de los climax de la película es el momento, realmente trágico, en que el joven judío se corta los bucles de su pelo. Lo hace con profunda sinceridad, pero es ya demasiado tarde… El pájaro ya había escapado de la jaula y saboreado el valor de la libertad.