Aunque el mundo cambió sustancialmente desde que apareció a inicios de este año la covid-19, la política en el Ecuador sigue igual. Una clase política que pone por delante los intereses personales por sobre las necesidades que tiene el país.
Esto se aprecia al ver el comportamiento que han seguido la mayoría de las tiendas políticas en el proceso interno de la selección de candidatos de cara a las elecciones presidenciales y legislativas del próximo 7 de febrero, así como en la nula posibilidad de conformar alianzas. Como siempre han predominado las lógicas caudillistas de los “dueños de los partidos” y de quiénes consideran que la política es instinto. No organización, planificación, seriedad y ética.
Por esta razón, de acuerdo a un reciente informe de la firma Cedatos, cerca del 89% de la población no ha decidido por quién votar. Así, quienes consideran que tienen posibilidades de pasar a una segunda vuelta, lo hacen sobre la base de un 11% de la población que en este momento ha decidido su voto.
Aunque Cedatos menciona que el 95% de la población desconfía de los políticos, yo añadiría que hay mucho malestar, hartazgo y rechazo. Por ejemplo, el presidente de la República tiene un nivel de aprobación del 9% y de credibilidad del 8%. De igual modo, la Asamblea Nacional tiene cifras record: 3% de aprobación y 2% de credibilidad.
A diferencia de otros procesos electorales, el tema de la corrupción es uno de los que más preocupan a la ciudadanía, seguido la crisis económica, la carestía de la vida, el desempleo y el coronavirus.
Por este motivo se me hace difícil pensar que la población vaya a mantener la misma conducta electoral del pasado. No sé si ahora se anime a creer en los ofrecimientos típicos de campaña. Me refiero, por ejemplo, a lo que en el 2017 Lenín Moreno ofreció y nunca cumplió: 250 mil empleos al año, 40 universidades, 375 mil viviendas y erradicar la pobreza infantil en su mandato.
Más allá de las figuras políticas que aparecen en estos días, se requiere líderes capaces y equipos de trabajo que realmente puedan resolver los grandes y delicados problemas que tiene el Ecuador: déficit fiscal, crecimiento negativo de la economía (más del 12%), quiebra de empresas, miles de personas en el desempleo y subempleo, ampliación de la pobreza, quiebra de la seguridad social, incremento de la inseguridad y, sobre todo, combate a la corrupción.
Sin temor a equivocarme, ninguno de los candidatos está preparado para resolver estos problemas. En la medida que se acerque el día de las elecciones, quien plantee soluciones más acertadas y ponderadas debería ser quien asuma el mando en el 2021. No quiénes, con alto grado de irresponsabilidad, apelan a simplezas, a rescatar la patria e reinstaurar el modelo autoritario y corrupción de la “robolución ciudadana” e incluso a un voto rechazo. El llamado de Alvarito y ahora de Lasso al “qué chu…” es una evidencia de lo pernicioso y bajo en que ha caído la política.