En el capítulo XV de “El Príncipe”, Maquiavelo enumera los vicios y virtudes que, a su juicio, harían que un gobernante –un príncipe– sea admirado o despreciado por su pueblo. Tres detalles llaman la atención sobre este listado: (1) que son once, igual que la lista elaborada por Aristóteles, en su “Ética Nicomaquea”; (2) que Maquiavelo no dice cuál, en su lista, es un vicio y cuál una virtud; y (3) que la justicia no consta en la lista de Maquiavelo, mientras que en la de Aristóteles, la justicia es la virtud suprema, por definición.
Maquiavelo –un agudo observador de la naturaleza humana– afirmó que la gente sí piensa en la justicia, pero solo en abstracto. Sugirió que las personas prefieren que se les reduzca los impuestos a que se haga justicia en un caso determinado, cualquiera que este sea. Concluyó, entonces, que el ejercicio de la justicia era políticamente irrelevante para alguien en el poder y la excluyó, sin empacho, de su listado de vicios y virtudes principescos. Con esto contradijo nada menos que a Aristóteles –a quien indirectamente tachó de ingenuo– e inauguró lo que hoy se conoce como “política real”. La “política real”, es decir el desdén por las normas, leyes e instituciones –esto es, por la justicia–, ha consumido el entramado social ecuatoriano, desde que tengo memoria.
Hemos llegado hasta aquí, a fuerza de socavar nuestras propias leyes y de nuestra impavidez como ciudadanos. La única forma de salir de la trama corrupta en la que nos encontramos es que toda la sociedad –con sus líderes a la cabeza– se decida finalmente a cumplir la ley y hacer justicia.
Maquiavelo pudo haber acertado cuando dijo que la gente prefiere defender sus intereses antes que la justicia en abstracto, pero se equivocó al decir que la justicia era irrelevante para un político o para quien ejerza el poder. La correcta aplicación de la ley, legitima al político o al gobernante; la búsqueda de justicia, haciendo uso del entramado institucional y legal, eleva la estatura moral a ese gobernante o político.
Por eso es que hasta el ala más dura del correísmo debiera buscar que la justicia brille en el juicio contra Glas. Eso contribuiría a evitar que su “proyecto” –si es que de verdad hubo uno, además de tomarse el poder para siempre– termine completamente desacreditado. Repensar los límites de la “política real” y dar a la justicia el valor esencial para una sociedad que pretenda ser civilizada es inaplazable.
Desdeñar la importancia de la legalidad no es bueno ni para el más poderoso de los políticos o gobernantes. Vean, si no, el caso patético del ex presidente Correa, deambulando por el país sin pena ni gloria, cuando hasta hace muy poco era la persona más poderosa del país y él mismo se creía el político más exitoso de la historia.
@GFMABest