Reconozco que el Ecuador produce unas sabrosísimas bananas. He intentado ser objetivo y degustarlas sin un sesgo patriota, aun así considero que su gusto es superior a las que he probado de otros países. Pero por más delicia planetaria que fueran, nunca me terminaron de gustar. Siempre me recordaron al epíteto de república bananera que tanto nos merecemos, y que tantos esfuerzos hemos hecho por preservar.
Rafael Correa criticaba con frecuencia las administraciones pasadas, las supuestas culpables de ese bananerismo; él, en cambio, era el redentor que nos sacaría de esa podrida condición. Pero ni siquiera se preocupó de entender a qué se refería el término. Pues, primordialmente Banana Republic se refiere a la corrupción. El calificativo fue utilizado por primera vez por el escritor estadounidense O. Henry. Se inspiró en la infame United Fruit Company, que hacía lo que se le venía en gana en los países centroamericanos. “En Honduras es más barato comprar un diputado que una mula”, lo reconoció Sam Zemurray, el presidente de la empresa.
En suma, el término ‘república bananera’ se refiere a un país cuya economía sobrevive en base a pocos productos y donde hay un selecto grupo de beneficiados que se enriquece a sus anchas. Por lo tanto, el requisito de base, la condición sine qua non para que ese modelo se sostenga es la corrupción.
El caso Gabela, el caso Balda, son solo la punta del iceberg. Hay un sinfín de otras irregularidades que faltan por investigarse, procesarse y condenarse. Y, mucho me temo, que habrá otro sinfín de supuestos que ni siquiera llegarán a revelarse. Los pases policiales, la narcovalija, los sobreprecios en infraestructuras, las contribuciones solidarias, las comisiones petroleras, la Refinería del Pacífico, el Yachay, Coca-Codo, ¿será que algún día sabremos la verdad absoluta sobre una décima parte de los casos sospechosos?
Pero el principio de presunción de inocencia se debe mantener, se es inocente hasta que se pruebe lo contrario (además esas pruebas deben ocurrir en un proceso con las garantías necesarias). Y, por más indicios inconmensurables que existan, no podemos ceder ante la tentación de declarar a Correa culpable antes de que un proceso justo lo haga.
Pero, incluso independientemente de las condenas y los procesos, Correa se consagra como el presidente más bananero de nuestra historia. En el mejor escenario para él, se demostrará que nunca supo de nada, que lo que se festinaban olímpicamente en su gobierno se le pasaba justo bajo las narices, que era un despreocupado que no se interesaba por las actividades de sus ministros y demás autoridades (posibilidad que a mí me parecería inaudita). En todo caso es inescapable, el sabelotodo es responsable de la mayor Banana Repúblic que se ha visto en nuestro territorio.