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Muerte en la oscuridad

La democracia cuesta, es difícil ser demócrata pero vale la pena pues siempre será una mejor opción que vivir en un simulacro de autoritarismo. Los desacuerdos son parte de ella, son el costo de comprender que la democracia se construye entre oficialismo y oposición. Hoy se habla de la muerte cruzada como solución frente a los impasses -propios- de ella. Sin una introspección sobre las condiciones que promueven la estabilidad política, la disolución de los poderes del Estado no resolverá los problemas. Al contrario, los profundizará.

Aunque parezca contraintuitivo, el sistema requiere del conflicto. La sociedad es diversa y así también los grupos que la conforman, cada uno de ellos compitiendo en el juego político. Lijphart nos advierte: una cultura política “homogénea” genera estabilidad y una fragmentada, la impide. Entonces, necesitamos de los acuerdos pues solo en autocracias la gobernabilidad se resuelve con imposición. Hacia allá no queremos caminar.

Cuando el objetivo es superar los problemas políticos, la solución no es destituir al Presidente o a la Asamblea pues este escenario aumentará la incertidumbre. Además aunque sea legal, no siempre es legítimo. Puede provocar el desmantelamiento y la erosión de la democracia. En su lugar, necesitamos un diagnóstico sobre las causas (por ejemplo, la crisis de los partidos políticos y la desconfianza) para abordar el problema de forma correcta.

La muerte cruzada es fijarnos en la punta del iceberg y esperar que no hunda el barco. Es una salida fácil que además no asegura resultados óptimos. Las crisis políticas se solucionan mirando hacia lo estructural, no tanto en lo coyuntural. Para superar el estancamiento necesitamos un esfuerzo deliberado de las organizaciones políticas para contrarrestar la inestabilidad, producto de una cultura política que transita en la polaridad.

La democracia cuesta, pues necesita de instituciones y también de un compromiso con sus valores. Hagámoslo, que no muera en la oscuridad.