…Y la carroza se convirtió en calabaza. Y Cenicienta volvió a trapear el piso mientras la malvada madrastra se frotaba las manos. La Cenicienta volvió a ser pobre y humilde: el lujo de la carroza y los caballos, el vestido y los zapatos, fueron una fantasía, una ilusión efímera, intensa, pasajera.
El clásico cuento de los hermanos Grimm sirve para ilustrar algunas de las imágenes del país en los últimos tiempos: la carroza bien puede ser la metáfora de la Constitución de Montecristi, tan aplaudida y mentada. Quienes creyeron en ella la tildaron como la mejor constitución de América, el mundo, el planeta. Era la que garantizaba el buen vivir, los derechos de la naturaleza, las consultas populares, la resistencia y demás: la panacea, vamos.
Ahora, quienes dijeron que se iba a gobernar bajo su paraguas al menos durante 100 años son los mismos que le han visto las costuras, se han empeñado en cambiarla, remendarla, enmendarla… para volverla calabaza. Ha sido una “novelería”, dicen y, sin vergüenza ni pudor, la van a cambiar a su antojo y conveniencia. Pero no solo que la van a cambiar, sino que van a dejar sin sustento varios de los que se creían logros de la sociedad ecuatoriana, avances en la construcción de la democracia, la justicia y la rendición de cuentas.
Cenicienta también pudiera ser el modelo de desarrollo de los últimos tiempos: la propaganda del país feliz, el goce, el consumo, el placer de comprar hasta que se acabe la plata petrolera, vendiendo anticipadamente hasta lo que no hay. Un exvicepresidente, el de las recetas neoliberales y los gastos reservados (engorroso asunto del que ya nadie se acuerda), frotándose las manos, como la madrastra del cuento y diciendo que el país sucumbe sino hace caso a las recomendaciones del FMI. Volver a ser calabaza, mejor dicho.
Carroza a todo trapo fue la vida en las ciudades amazónicas y de sus comunidades. A ellas se les ofreció el oro y el moro a cambio del petróleo. Ahora las ciudades se vaciaron una vez que pasó la fiebre. Los que tenían trabajo, se fueron. Los que son de ahí mismo (o han hecho su vida ahí) y ofrecían servicios al petróleo, están endeudados, esperando que les paguen las deudas millonarias.
Las comunidades, igual que siempre, aunque algunas con moles del milenio en las que sus habitantes no saben si son propietarios pues les dieron llaves pero no escrituras. Ciudades hojarasca. Ciudades calabaza. Y sus gentes, cruzando los dedos porque vuelva a subir el precio del oro negro pues no se han planteado, ni remotamente siquiera, otro modelo, otras opciones de vida, otras posibilidades de subsistencia.
… Y la carroza se convirtió en calabaza. Y la madrastra se frotaba las manos igual que las tres hermanas al ver que la Cenicienta, luego de ser princesa, volvía al duro trabajo diario, a la rutina, a pelear por el pan de cada día.