Los cambios radicales en todos los aspectos de la vida por la presencia del covid 19 ya no pueden discutirse sino implementarse. La emergencia obliga con urgencia y a la fuerza a las transformaciones inmediatas. No hay espacio para las dubitaciones y peor para quienes quieren seguir soñando con volver al estado de cosas que vivieran hasta que se desatara esta pandemia.
Mientras los médicos y el personal de la salud, militares, policías, trabajadores de servicios básicos, entre otros, hacen su trabajo y ponen en riesgo su vida, los líderes, las autoridades y los ciudadanos estamos obligados a repensar y cambiar el rumbo en los nuevos escenarios e ir hacia un nuevo estilo de vida, más sencillo, humilde y menos materialista. Las economías están destrozadas, la democracia, que ha sido ineficiente, en entredicho; el Estado rebasado, los negocios paralizados.
El hambre y las necesidades se juntan y acechan peligrosamente. Si no se toma conciencia del momento y no se contribuye con rigurosidad frente a la pandemia, partiendo del aislamiento social, el panorama es desolador y no quedan otras opciones para replantear. La OMS, cuestionada por la falta de transparencia y celeridad para hacer frente a la emergencia sanitaria, advierte que esto va para largo y eso plantea un escenario más complejo e incierto.
El mundo y el Ecuador son otros. La impotencia humana desafía a la sobrevivencia digna. Las élites y los dirigentes ya no pueden pensar en regresar a lo mismo, al disfrute de lo material. Los políticos, aunque resulte dudoso, no deben pensar como hasta hoy. La democracia tiene que ser lo que siempre debió hacer: la que solucione los problemas de los ciudadanos y las comunidades y no la plataforma para el engaño, la mentira, la corrupción y hasta la conformación de una organización delincuencial desde el poder, como viviera el país la década del correismo, según la Fiscalía y la sentencia del Tribunal Penal de la Corte de Justicia.
Quienes se preparaban para las elecciones presidenciales y legislativas del 2021 tienen que repensar la democracia. Con esta crisis humanitaria no quedan espacios para la demagogia y el despilfarro en campaña y peor desde el poder. Debieran deponer actitudes y reflexionar que hoy sí es la hora del sacrificio y de liderar un proceso de reconstrucción, que ni siquiera se puede prever cuándo empezará porque la pandemia seguirá presente. Pensar en los pobres y damnificados que no se sabe cómo van a sobrevivir.
Que el miedo no arrase y liquide los sueños y las esperanzas, que no pueden desvanecerse. A arrimar el hombro y ojalá hubiera la sensatez y el desprendimiento de la clase dirigente (qué difícil) para unir esfuerzos, juntarse todos para trabajar en una sola dirección, sin protagonismos ni cálculos político electorales, aunque resulte una utopía.