Metamorfosis imposible

Andrés Arauz nació a la vida política por obra de Rafael Correa: llegó veinteañero a la burocracia y pasó a lo largo de la década por direcciones, subsecretarías y ministerios. Su fidelidad y ser “un joven preparado, con experiencia a pesar de su juventud”, en la visión de su mentor, pesaron sin duda en la elección como el candidato del expresidente para encabezar el binomio junto a Carlos Rabascall en el intento de regreso del correísmo a Carondelet.

El trauma de la “traición” de Lenín Moreno debió influir para adoptar las previsiones mayores de seguridad a fin de no tropezar otra vez en esa misma piedra. Al iniciar la campaña, Arauz se presentó como un perfecto desconocido.

En la primera vuelta, el candidato contó con el permanente pastoreo del exmandatario prófugo de la justicia. Una imagen de cartón de Correa en tamaño natural lo acompañó en los recorridos por calles y plazas; y su rostro le escoltó en los afiches de propaganda.

Sin embargo, la necesidad de sumar votos en la segunda vuelta exige una metamorfosis: generar la sensación de distancia de su padrino y promotor electoral. “Yo no puedo hablar a nombre de Rafael Correa, así como él no puede hablar a nombre mío”, ha declarado Arauz para demostrar una supuesta autonomía y ablandar el rechazo hacia quien está detrás de su candidatura; y hasta ha reconocido, en tímido mea culpa del pasado régimen, que en las “prácticas confrontativas, en términos de estilo de gobierno…, de criminalización de la protesta social, creo que se nos fue un poquito la mano…” ¿Solo se les pasó la mano? ¿Y fue solo por obra de “un estilo de gobierno” la década de autoritarismo, abusos del poder, lesiones a los derechos humanos, manipulación de la justicia, persecución a líderes sociales y periodistas y la conversión de los opositores en enemigos. ¿Solo “se les pasó un poquito la mano” con todo ello? ¡Y cuántos olvidos! ¿La corrupción, los sobreprecios en la obra pública y el abultado endeudamiento…? ¡Qué peligrosa para la democracia esa visión deformada!

Aunque en estos tiempos se confía que la publicidad y las redes sociales creen o dulcifiquen percepciones, no se deben menospreciar la sensibilidad, inteligencia y la memoria de los ecuatorianos. Puede funcionar la demagogia populista que ofrece entregar mil dólares a un millón de familias y multiplicarlos según el número de votos. Pero esta asunción del papel de tío millonario con plata ajena, la de las reservas del Banco Central, evidencia el grave riesgo de llevar la dolarización al despeñadero.
Lo de fondo es la imposibilidad de desprenderse del cordón umbilical correísta. No resulta posible para Arauz desocorreizarse. Su credibilidad queda mal parada con la metamorfosis en intento de negar las dependencias con el expresidente.

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