Mirar y practicar deportes nos da la oportunidad de entender cómo dialoga el cuerpo humano con eso que hemos llamado nuestro espíritu. Por la sencillez de las reglas -que no permiten la farsa ni la trampa- y por la manera a veces brutal con la que revela los defectos y virtudes de un individuo, el tenis es uno de esos deportes en los que aquella conversación entre lo físico y lo mental resulta más elocuente.
Es por eso que no pocos pensadores contemporáneos han visto en el ‘deporte blanco’ un ámbito fértil para la reflexión. David Foster Wallace -filósofo y novelista fallecido a los 46 años- es probablemente el más importante de ellos.
En un ensayo sobre Roger Federer publicado por The New York Times en 2006, Foster Wallace aseguraba que mirar el juego del deportista suizo nos permitía, en primer lugar, aceptar y reconciliarnos con el hecho de tener un cuerpo.
Saber que somos entidades corpóreas en proceso de envejecimiento nos hace pensar en la inconveniencia de tener una existencia física -dice Foster Wallace- porque esa decadencia inevitable que sufre nuestro cuerpo pone obstáculos cada vez mayores a nuestra voluntad.
Lo peor que nos puede pasar es morir y esa muerte -tan dolorosa y hasta incomprensible cuando ocurre tempranamente- se produce precisamente porque tenemos una dimensión física. “Es tu cuerpo el que muere”, dice Foster Wallace en su ensayo.
Mirar el tenis de Federer nos reconcilia con el hecho de tener una existencia física porque las proezas de ese jugador nos hacen pensar, al menos por un momento, que somos capaces de superar los obstáculos que nos pone el cuerpo y convertirnos en seres metafísicos.
Aceptar nuestra ‘fisicalidad’ y saber que no siempre seremos condicionados por ella es, talvez, el primer paso para encontrar el verdadero sentido de la libertad. Entender su verdadero sentido aumentará nuestras probabilidades de encontrarla y quien logre aquello habrá alcanzado el premio más grande al que puede aspirar un ser humano.
Los tenistas que esta semana han competido en el Challenger de Quito tienen el desafío de superar diariamente las limitaciones de su cuerpo. La disciplina con la que enfrentan el rigor físico y mental de sus entrenamientos y partidos son un homenaje a la voluntad humana.
Hay que pegarle a la bola para que siempre caiga en la cancha del oponente y de forma que él no pueda devolverla. En Quito, la bola corre más rápido porque hay menos presión atmosférica. Si el jugador se adelanta o se atrasa unas centésimas de segundo en golpearla dejará la bola en la red o la botará fuera de la cancha.
Si es tan complicado ¿por qué tantos insistimos en hacerlo? Porque queremos desafiar las leyes de la física, porque queremos ser metafísicos.