En medio de la ola de muertes por el coronavirus y la violencia carcelaria, parece inoportuno plantear el tema de aquellas personas afectadas por enfermedades catastróficas que desean tener una muerte digna, o, puesto de otro modo, que quieren acortar una vida que se ha vuelto indigna por el dolor, la incapacidad y la falta de remedio.
Sin embargo, la vecina Colombia, un país mucho más violento que el nuestro, legalizó hace tres décadas la eutanasia, caso único y ejemplar en América Latina. Y justamente en estos días se halla inmersa en un debate político a causa de Martha Sepúlveda, una mujer de 51 años que padece esclerosis lateral amiotrófica y obtuvo del Instituto Colombiano del Dolor la autorización para la eutanasia. Pero luego de que la Iglesia llamara a la reflexión sobre la medida, un comité médico informó a última hora que no se realizaría lo acordado con Martha, quien prosigue su calvario mientras los fanáticos duermen a pierna suelta.
A estas alturas resulta ocioso repetir argumentos que se han expuesto miles de veces en defensa de la dignidad de la persona humana y su libertad de disponer sobre su vida. O destacar la prevalencia del Estado laico sobre cualquier iglesia o religión y denunciar lo cruel y arbitrario que es imponer a cualquier enfermo terminal un sufrimiento inútil en nombre de creencias supuestamente superiores y universales.
Más útil es señalar que, a medida que se deteriora inexorablemente el cuerpo y se acumulan las enfermedades, llega el momento en que muchos ancianos pronuncian esa frase profundamente humana: “me quiero morir”, y parientes y amigos comprenden tan simple y sensato deseo. ¿Qué tiene de denigrante entonces que se quiera apresurar el proceso natural de desintegración si conlleva sufrimientos y humillaciones intolerables?
Se dirá que cualquiera puede suicidarse, pero estamos hablando de morir con dignidad, en paz y con aceptación social, no como un réprobo clandestino. A veces, el estado de postración e incapacidad es tal que ni siquiera pueden suicidarse sin ayuda. Ese fue el célebre caso del tetrapléjico Ramón Sampedro –encarnado por Javier Bardem en la película ‘Mar adentro’– quien fue el primer español en exigir durante 30 años la eutanasia y finalmente se suicidó con ayuda de sus amigos. Por casos como ese que causaron revuelo, España es uno de los pocos países donde es legal la eutanasia.
En la misma Colombia, a Martha se ha unido Víctor Escobar, otro enfermo degenerativo que busca ampararse en una reciente providencia de la Corte Constitucional en el sentido de que “el derecho fundamental a morir dignamente cubre también a pacientes que no tienen enfermedades terminales”, pues se trata de no obligar a vivir a quien está bajo intensos sufrimientos. Ojalá esos vientos de justicia y piedad soplen también por acá.