Martín Dassum
Jorge Carrera Andrade le escribe este poema en 1927 a una mujer, “que yo no conozco”, pero que al decir de la gente de la época era bastante conocida. Carrera Andrade describe la relación íntima con ella de manera bastante explícita. Esto resultaba escandaloso. Obviamente, en el Quito del primer tercio del siglo XX la demostración de una relación sexual expresada en un poema, solo podía ser un acto, por decir lo menos, irrespetuoso con la sociedad y sus valores.
Las mujeres eran muy propias, no revelaban su interés por el sexo, peor aún conversarlo o dejar que se lo exprese por escrito. Y las que actuaban o pensaban diferente solo podían ser tachadas de mujerzuelas y prostitutas. Estas últimas, independientemente de si efectivamente ejercían la profesión.
Al escribir este poema se podría decir que el poeta no tenía respeto por la sociedad de ese entonces; la realidad es que el poema no era uno con fines públicos, sino privados. Carrera Andrade escribió este poema a una mujer de manera privada y personal, pero el poema cayó en manos de alguien y el mismo se filtró y se público en la revista Fígaro. El poema fue recibido con horror por las señoras propias de ese Quito, que seguramente se santiguaron unas 10 veces antes de leerlo, y que muchas lo leyeron deseando ser la protagonista del mismo.
Luego de ello y del escándalo generado, el poeta -a través de una carta que envió a este Diario- ofreció disculpas públicas a la sociedad por presión de su padre, don Abelardo, bisabuelo de un servidor, y por la presión de la sociedad y de la Iglesia.
¿Será que el poema llegó a la revista con el propósito de hacer daño a Carrera Andrade?, ¿será que fue un imprudente descuido de la muy amada señora?, ¿será que Jorge lo envió para su publicación y no se filtró? Realmente no sabemos. Habría que preguntarle a Jorge para saber la verdad, lo que ya no es posible. Lo cierto es que cualquiera que hubiese sido la razón, la consecuencia fue que se utilizó una libre expresión privada de un sediento y transparente poeta para agredir su honra y la de una señora, cuyo mayor pecado seguramente fue amar por un momento o tal vez por más tiempo. Para un escritor de tal talante y transparencia, con un pensamiento cosmopolita, moderno y socialista, tener que publicar una carta de disculpas por esta situación fue mortificante y cantonal.
Jorge no fue el primero y evidentemente no ha sido el último en soportar este desagradable evento, una afectación a la libertad de expresión.
Durante estos 109 años de historia, este Diario debió recibir varias presiones y cartas solicitando las disculpas y rectificaciones correspondientes. Siempre por presiones de la sociedad, la Iglesia, gobiernos, instituciones públicas o grupos de poder pelucones y de los otros, agrediendo y coartando la libertad de expresión. Este ha sido un ejercicio en la historia de nuestro país, a veces más profundo y a veces menos, según el entendimiento de este derecho universal.