Cuando en los diarios o noticieros del paÃs del norte se consigue encontrar noticias sobre los sucesos latinoamericanos, el resultado pocas veces es alentador. Los problemas de la inmigración; los escándalos del narcotráfico; los lÃos de un paÃs que estuvo presto a firmar los papeles que le colocaban al frente para captar préstamos, pero cuyas autoridades hablan de imperialismo y maniobras desestabilizadoras cuando un juez, a cuya competencia se sometieron al suscribir los acuerdos, ordena el pago a los acreedores, aun cuando en el ir y venir de los desencuentros salgan favorecidos los especuladores financieros; las cantinfladas de otro Presidente quien, mientras la población se debate entre la escasez y la inflación más alta de la región, afirma muy suelto de huesos que continúa hablando con pajaritos y otros hechos anecdóticos, son historias que configuran una visión caricaturesca de la región latinoamericana. Es lamentable pero estos episodios, muchos de los cuales han sido provocados o solapados por las propias autoridades, contribuyen a crear una imagen negativa de los paÃses del sur, incidiendo de una manera u otra en la forma en que nos perciben.
En principio, aquello nos deberÃa tener sin cuidado. Somos autónomos y libres para hacer lo que nos plazca. Lastimosamente, esa forma de actuar en un mundo plenamente integrado, trae consecuencias negativas. La percepción que se forma, alimentada por estos deplorables desafueros, incide al momento de atraer capitales y tecnologÃa con el resultado que son vastas las oportunidades perdidas, habiendo sido incapaces de aprovechar de mejor manera la especial coyuntura que ayudó a la gran mayorÃa de Estados a mejorar sus ingresos por exportaciones.
Esa época parece que está llegando a su clÃmax. No se puede seguir siendo dependiente de factores externos para pretender mejorar o estabilizar las balanzas de pagos. América Latina tiene que encauzarse por la senda del progreso para poder atender las demandas de sus grandes mayorÃas. Concomitantemente, la única forma de ganarse el respeto internacional es convirtiéndonos en actores mundiales serios, despojados de cursilerÃas. Es más importante que nos conozcan por ser Estados con instituciones independientes, que realicen sus trabajos con dedicación e investigaciones a profundidad, antes que por episodios que desfiguran la real valÃa de los latinoamericanos.
Es verdad que de por medio está el problema real de la escasez de recursos. Pero no serÃamos los primeros Estados que, desde la realidad de la limitación de recursos, se impongan metas que en dos o tres generaciones reviertan la situación existente. Lo hicieron paÃses que carecÃan de lo mÃnimo y que salieron adelante después de enormes devastaciones. Pero lo primero que impusieron es su voluntad por construir algo nuevo, algo mejor, que permita brindar oportunidades y llene las aspiraciones de sus habitantes. ¿Nosotros nos resignaremos a ser el relleno de titulares que nos pintan de una manera en la que no queremos vernos?
Manuel Terán / mteran@elcomercio.org