La política siempre ha sido maniquea, todo reduce a la lucha del bien contra el mal y como Manes, el seudo profeta que dio origen al vocablo maniqueísmo, niega la responsabilidad de los males cometidos. La política maniquea es dualista: bien y mal, izquierda y derecha, gobierno y oposición. El maniqueísmo no concibe la posibilidad de territorios intermedios entre el bien y el mal.
El peor ejemplo de maniqueísmo acabamos de ver en los acuerdos que esconden las últimas decisiones de la Asamblea Nacional. El gobierno logró salvar a la Presidenta de la Asamblea con un misterioso voto cuyo precio ha sido pagado pocas horas después, entre gallos y medianoche, con la aprobación de la amnistía a favor de los incendiarios de octubre.
El detalle de los acuerdos no conoceremos porque es vergonzante. En la mayoría de la Asamblea siguen considerando que ellos son los buenos y en el gobierno están los malos y para los buenos del gobierno los malos están en la Asamblea. ¡Cómo podría el gobierno confesar un pacto con los golpistas! -que parece ya no es un triunvirato sino un binomio- ¡cómo transar con la corrupción otorgando impunidad!
El heroico luchador contra la corrupción en la Asamblea hizo una confesión insólita; después de advertir que otorgar amnistía a acusados de secuestro está prohibido por la Constitución, ofreció como explicación un disparate: “pero nos arrinconaron; estaba en juego la propia estabilidad de la Asamblea”. Los malos arrinconaron a los buenos y lo que era malo se transformó en bueno. Lógica nítida, pero maniquea.
Los maniqueos analistas y periodistas que militaban en el lado bueno del gobierno y denunciaban al triunvirato golpista, al diabólico Consejo de Participación Ciudadana y la amnistía a los engrilletados del correísmo, ahora tendrán que defender como actos buenos las acciones de los malvados, tragarse la lengua o sumarse a la doctrina maniquea de que se puede violar la Constitución cuando los buenos son acorralados por los malos.